lunes, 7 de enero de 2008

Platos playos

Que odio, lavar los platos. Todas esas texturas viscosas que casi siempre tenés que tocar con los dedos, y esos líquidos oleaginosos que se quedan en la ropa, todo junto se concentra en la esponja formando una espuma blancamarrón que sólo se aleja con el agua hirviendo que te quema la piel. Y todo eso por ser la oveja negra de la familia, las torres de platos se acumulan, la pileta se tapa y los fluidos comienzan a infestar los antebrazos.
Y afuera está nublado, como para acompañar al mal humor en ese día en el que justo comieron pollo y su hermano le agregó mayonesa, ¡Mayonesa!.
Los platos viscosos la incitaban a pensar, pensar cosas que no quería pero no podía reprimir, pensar pensamientos laberínticos que se enroscaban en si mismos y se enredaban, como las cadenitas con pequeños eslabones que son tan difíciles de desenredar.
Y mientras pensaba el agua marrónviscosa le llegaba a los codos y los platos llegaban hasta el techo, todo mezclado con pensamientos enroscados e imágenes en cuadro que chocaban contra las cosas.
Estaba metida hasta los hombros en la pileta y los platos se enroscaban con pensamientos viscosos, las imágenes seguían en cuadro sólo que más grandes, hasta que una chocó contra los platos y todo, todo se vino abajo, viscosidad, aceite, laberintos, cuadros, aguaespuma y día nublado, que no es poca cosa si se lo tiene sobre los hombros. Y así se formó una masa de mayonesa, aceite, agua, platos, pelos, sangre y tripas revueltos, y así nunca más la mandaron a lavar nada, no sólo por haber muerto sino también porque la cocina había quedado desastrosa.
Asco.

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