miércoles, 9 de enero de 2008

Primer día (sexta parte)

Lo único grande que había en su casa era la biblioteca, todo el resto era chico o insuficiente. Había pasado tantas horas mirándola que hasta sabía, de lejos, ubicar cualquier libro. Todos libros viejos, que habían sifo de su abuelo. Su mamá le había dicho que era maestro, y al morir le había dejado todo a ella, su única hija. Ese libro marrón era Fausto. Más abajo estaba Dublineses, de Joyce. No sabía lo que era un dublinés, ni donde quedaba dublín. Arriba estaban los de garcía Marquez, todos los escritos hasta el momento, una de las pocas cosas que su madre se había dedicado a actualizar.
En la cocina las mujeres peleaban. ¿A cuál quería más? No sabía. ¿Cómo se conocían? No sabía, pero había algo ahí que le parecía extraño y triste.
En la biblioteca había también una caja de carbonillas. Una vez, había encontrado a su madre en el sillón llorando ante un puñado de carbonillas. Por suerte ella no se había dado cuenta, y sin saberlo, ese era el único lugar de la casa que le parecía familiar desde entonces.
Siempre había querido leer todos los libros de los estantes. En la cocina, las mujeres peleaban. En otro momento pensó, tal vez en otro momento.
Trató de alcanzar las carbonillas y se sorprendió de lo mucjo que había crecido en esos meses, las alcanzaba casi sin dificultad. Comenzó a dibujarse la mano, los brazos, la panza. De chiquito nunca había sido de esos que dibujaban la pared, nunca le había costado entender que estaba bien y que estaba mal, hasta ese día.
Quería leer todos los libros de la biblioteca, la biblioteca de la cual su madre siempre decía lo mismo: "no te cuelgues, no te cuelgues Tomás que te va a aplastar". ¿Cómo podían aplastarlo tantas palabras? En su vida siempre le habían faltado palabras, por eso quería leerlo todo, quería sepultarse en tantas palabras.
En la cocina las mujeres discutían. Siempre había querido tener una tía, una abuela o alguien, familia, familia que sintiera más familia que su propia madre. No te cuelgues era lo único quele decía, no te cuelgues.
Pero esta vez su mamá, su pseudo mamá sin carbonilla, su semi mamá que lloraba carbonillas como ojos no estaba, estaba discutiendo en la cocina por cosas que quedarían sepultadas entre palabras.

No hay comentarios: