lunes, 7 de enero de 2008

Aros y algo más

Entré a un negocio a comprar aritos, por esa obsesión mía con los aritos. Tardé un siglo en elegir un buen par, bien colorido y recargado, y cuando fui a pagar la chica me miró y en seguida agarró el teléfono. No es sorprendente leer que esto me pasó miles de veces, pero si es extraño descubrir que la chica golpeaba mientras tanto una hoja con su lapicera, huna hoja que estaba apollada en el mostrador, y lo hacía con una fuerza considerable.
Tan considerable era la fuerza que la hoja se comenzó a partir, y con ella el mostrador, el piso, la tierra y el mundo, haciendo un agujero negro que duró hasta que los aros y yo fuimos absorvidos y desmenuzados. El agujero se hizo una gran espiral tecnicolor que flotaba, giraba y saltaba por el universo, y nosotros, o nuestros pedazos, todavía seguimos adentro.

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