miércoles, 13 de febrero de 2008

Oda a la cola del banco

Hay un lugar al que todos tenemos que ir. No me refiero a ningún lugar místico que simbolize la muerte ni nada de eso, sino al banco. Quierase o no, la cola del banco es el destino inevitable de cada uno de nosotros y llena gran parte de nustras vidas.
Sartre habló de nuestra condena a la libertad pero, ¿alguien pensó alguna vez en nuestra condena a la cola del banco?. Varias mañanas al mes los más afortunados, o a la semana los menos, deben pararse frente a las puertas de algún banco, aguantar la respiración, intentar no pensar en cuánto tiempo de nuestras vidas desperdiciamos ahií y entrar para ver el cúmulo de gente que se amontona, porque no importa que tan temprano lleguemos, siempre hay demasiadas personas.
Una vez en la fila, nos dejamos llevar por el sueño, total, estoamos al final. Lo único interesante que puede pasar es que la fila avance, pero esto pasa una vez cada mil años. Mientras tanto, algunos duermen, otros hacen malabares con los cientos de papeles que llevan y que sacaron del portafolios demasiado pronto, otros observan, recelosos, los alrededores, uno que otro charla, pero todos piensan en lo molesto que es hacer eso todo el tiempo.
Ya pasado un rato uno se va mimetizando con el entorno, y es por eso que mientras más nos acerquemos a la ventanilla, más uniforme parece la fila. La excentricidad espera al final.
Cada vez que un nene chiquito entra, sin importar su edad o si está haciendo ruido o no, los miembros de la gran fila dan vuelta los ojos, ponen cara de disgusto y piensan “lo que me faltaba”. Otro efecto tiene, sin embargo, alguna señorita que si bien hace un ruido diez veces mayor al de el pobre pequeño, no recive quejas de lo más mínimo al ponerse a hablar escandalosamente. Pero claro, el tamaño de las piernas de la mujer y el niño también guardan una proporción de diez a uno.
Pero cuidado, que no es bueno meter a todas las filas en una sola bolsa. Hay diferentes bancos, y con ellos, diferentes filas. Los bancos más populares están siempre abarrotados de gente. No se puede respirar y todo el mundo emite sus quejas a un volumen considerable, hay mayor cantidad de niños, señoritas y mirones. Pero en los otros bancos, las colas son más fashion. Las caras son largas, pero son menos y muestran más aburrimiento que enojo. Resulta interesante descubrir como esa gente, que seguramente se considrea muy educada, le dirige a una miradas descaradas, sin preocuparse de si a una le molesta o no. Y cuando la situación llama, finalmente, la atención del guardia, éste pregunta cordialmente que se me ofrece. “Estoy mirando nada más”, una respuesta un tanto bochornosa.
Después de varias observaciones, llegue a la conclusión de que pertenecer a la cola de un banco puede ser más divertido de lo que parece. Aunque no lo crean, el escenario es muy pintoresco y ofrece un entretenimiento inusual e interesante. No es bueno escuchar conversaciones ajenas, pero dado que no puede evitarse, puede resultar hilarante oir fragentos de diversas charlas y hacer una propia interpretación del tema. También, con sólo observar, siempre esta al alcance de nustros ojos alguna imagen insólita, como puede ser algun elegante caballero urgando su nariz o un serio empleado jugando con su silla giratoria. La gente hace cosas increibles cuando cree que nadie la ve.
Los colores y los sonidos de las colas de los bancos tambien son estimulantes. Al prestar mucha atencion (y con un poco de sugestión) se puede escuchar alguna melodía entre los sonidos de los sellos, y acompañada por los colores de las ropas y los ecos de las voces, tenemos un musical como cualquier otro.
Al final, puedo decir que no creo que en este mundo existan muchas cosas tan interesantes como las filas de los bancos, y dudo que hayan escenas que combinen tan bien el exceso y la falta de civilización. Tal vez sea un punto de vista absurdo y poco razonable, pero puede ahorarles a todos más de un disgusto a la hora de pararse frente a las puertas del banco.

2006

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