miércoles, 13 de febrero de 2008

La casa de los espíritus, Isabel Allende

Para muchos, la familia es una institución sagrada, pero en esta obra, es mucho más que esto: es la maqueta de un país entero.
Desde principios de este siglo hasta la vuelta a la democracia, La casa de los espíritus nos lleva a un espacio que ocupa un poco más que 4 simples paredes.
El escenario de la novela de Isabel Allende, nacida en Chile en 1942, sobrina del legendario Salvador Allende, es un país latinoamericano en el siglo XX, visto desde una familia de clase alta, con integrantes por demás peculiares.
Mientras recorremos las páginas que brotaron de nuestro propio suelo, conocemos a la familia Trueba, que mucho nos recuerda a los Buendía en Cien años de soledad de Gabriel García Márquez.
No soy de los de la idea de que Allende tiende a plagiar descaradamente al escritor colombiano, sino que creo que esta obra es una creación única e interesante que, tal vez, contiene algún eco de una lectura previa, algo que, según otro gran escritor, Jorge Luis Borges, sucede en todos los libros.
En esta obra, a diferencia de la antes nombrada, el árbol genealógico es simple. Sólo conocemos maridos y mujeres, abuelos y nietos, padres e hijos y tíos y sobrinos. Clara y Esteban Trueba, marido y mujer, comienzan una familia en la que, desgraciadamente, el pasado tiendo a repetirse.
Empezando con la madre de Clara y terminando con su nieta, quien termina la historia, y también la comienza, podemos apreciar la evolución del feminismo en el siglo pasado, comenzando en mujeres admiradas por su belleza, pasando por damas de sociedad promoviendo ideas sindicalistas y terminando en jóvenes que lucharon por la democracia, y fueron vilmente torturadas. El lugar que ocupan las mujeres en esta obra es fuerte y poderoso: muestra mujeres caritativas, apasionadas, luchadoras y fuertes. Mujeres empiezan esta historia, y mujeres están ahí para terminarla.
Que se cuente la historia de toda una familia por varias generaciones nos hace darnos cuenta, enseguida, que es imposible que haya un solo narrador que cuente su historia, en primera persona, y nos hace pensar, tal vez, en un narrador omnisciente. Lo peculiar de esta novela es que, efectivamente, está narrada en primera persona, pero no es uno solo el narrador, y este cambia dependiendo de la versión de la historia o el punto de vista que se quiera trasmitir. Este constante cambio de narrador nos hace pensar en cómo, de alguna forma, se puede trascender a través de la descendencia, y como muchas voces pueden contar la misma historia, con un toque diferente.
Clara, de pequeña, escribe todo en unos cuadernos de escribir la vida, pero ella en ningún momento se convierte en la narradora de la historia. Su personaje es diferente a los otros, su mente es inalcanzable, y ella es el eje principal de la historia, ya sea estando corpóreamente presente, o no. Ella, con sus poderes telequinéticos y sus espontáneas adivinaciones del futuro es quien trae a los espíritus a la casa, y allí quedan. Aunque su objetivo verdadero sea velar por la familia de Clara, puede ser que sea al revés, que la familia sea quien vela por ellos, ya que sin alguien que los sienta y los reconozca, ellos quizás nunca hubieran existido.
Dicen que hay cosas que sólo ven los que pueden soportar su presencia. Nacer y vivir con alguien que mueve cosas sin tocarlas y convoca gente muerta debe dar a quienes viven esta situación una gran fortaleza, que parece acentuarse en las mujeres Trueba, que están, como quien dice, curadas de espanto. Quien conoce mucho, sólo teme a los vivos, y son los vivos quienes siempre tienden a dañar a los miembros de esta familia.
Clara es el espíritu indomable presente en la familia, en cambio, Esteban es el ente regulador, que prohíbe todo, pero no permite juicios sobre él, aún siendo el más carnal de los pecadores. Ya anciano, su mezquindad poco acertada y su rol de terrateniente y político cruel, tiene su recompensa, y cuando su alma comienza a encogerse, digamos que ni su propio cuerpo puede llenar sus zapatos.
En la novela, Allende nos habla de cómo la sabiduría y el éxito residen en quienes rompen los esquemas y ven más allá, pero sin olvidar lo bueno de las tradiciones. Así, en la época de los compañeros huelguistas, un hombre nos cautiva con sus baladas sobre gallinas que, bien organizadas, pueden vencer al más sagaz de los zorros. Lamentablemente, tanto en la vida real como en la ficción, muchas gallinas pagaron la búsqueda de una vida mejor, algunas con la muerte, otras con el exilio del gallinero, y durante muchos años, las gallinas, sus familias, o lo poco que quedó de sus vidas pasadas, quedaron callados.
Durante la época del gallinero, la historia de los Trueba decidió repetirse, y fue la nieta quien pagó con sangre propia la derramada por su abuelo, y la que cobijó en su propio vientre, el fruto de las injusticias cometidas por él. Se llena una de escalofríos al recorrer las páginas que corresponden a los años de la dictadura, a la agonía de los valientes, y a la muerte de muchos ellos. Pero lo peor es que, como todos sabemos, en este caso la realidad superó, por mucho, a la ficción.
Aun siendo muy joven, sin haber vivido ninguno de los acontecimientos narrados en la novela, cuando la leo y la releo, siento que estoy ahí, veo lo que pasa y ruego por que termine. Cuando uno lee una crónica o Nunca más, por ejemplo, entiende la gravedad de los hechos, pero en esta novela, es muy distinto. Aunque no sean personajes reales, uno sabe que alguien, alguna vez, vivió algo así, y al haberlo seguido durante tantas páginas, es imposible no sentirse identificado, cerca de él. Cuando sabemos que es ficción, tal vez tenemos una mayor noción de la realidad que cuando leemos textos verídicos. Es una forma distinta para los que no lo vivimos, o tal vez para lo que lo vivieron de una forma diferente, de entender y asimilar hechos tan terribles y tan reales a la vez.
Después de leer la obra me siento, siendo mujer, orgullosa y afortunada.
Orgullosa de tener el mismo género que esas personas que alguna vez lucharon para que hoy, estemos en el lugar que estamos. De pertenecer a un grupo que combina las dosis perfectas de pasión e intelecto necesarias para conseguir todo lo que se quiere, y de querer todo lo que se consigue. De tener madre, abuela o hermanas y ver cuánto nos parecemos, y también cuán diferentes somos, y cómo juntas somos una sola, pero a la vez, somos muchas.
Orgullosa sobre todo de que haya sido una mujer quien haya escrito una novela tan impactante, y que luego esa misma mujer sea puesta entre los grandes, que hasta el momento, eran en su mayoría hombres. Lo increíble es eso, que las mujeres trabajen para el bien propio, pero siempre que logran algo, reconocen que el crédito es de todas, no les importa compartir lo suyo con las demás porque saben que cada una, desde su propio espacio, contribuyó a ese momento. Isabel Allende dedicó esta historia A mi madre y las otras extraordinarias mujeres de esta historia.
No quiero decir con esto que la novela sea sólo para mujeres, no. A todos les llegará un momento en el que se sientan identificados, o de no ser así, conmovidos. Ya les haya tocado ser zorros o gallinas, o sus padres o hijos, todos entramos en la familia Trueba, con sus viejas tradiciones o sus nuevos cambios, porque al final, todas las casas están llenas de espíritus, nada más basta con saber ver, escuchar, y sobre todo, interpretar y sentir.

Concurso del centro cultural de Trelew, adultos, año 2006 bajo el pseudónimo de Clara Clarividente

No hay comentarios: