miércoles, 13 de febrero de 2008

Los árboles mueren de pie, Alejandro Casona

¿Qué serías capaz de hacer por un ser amado? Esta pregunta es fácil, todos sabemos la respuesta: lo que sea necesario para que sea feliz.
Eso está muy bien pero ¿y qué tal por un completo desconocido? Ahí, honesta y lamentablemente, a muchos nos surgen dudas.
Los árboles mueren de pie es la obra del dramaturgo Alejandro Casona, nacido en una aldea cerca de Asturias en 1903, y fallecido en Madrid en 1965. Casona fue también autor de La sirena varada (1929), Prohibido suicidarse en primavera (1937), Romance en tres noches (1938) y Las tres perfectas casadas (1941), entre otras. Casona presentaba un optimismo sano y desenvuelto a la hora de enfrentar la vida y el papel, además de una jocosidad envidiable: tanto es así que su verdadero nombre es Alejandro Rodríguez Álvarez, pero decidió cambiarlo por el pseudónimo Alejandro Casona por haber pasado su juventud en una casa de gran tamaño.
Este hombre de la casa grande ambienta su obra en una oficina en la que los empleados, como todos hoy en día, están ahogados por el apuro y el stress. Pero esta oficina no es lo que se diría, típica. Lejos de ser los horarios bancarios o las fechas de entrega de informes, lo que preocupa a los trabajadores es la falta de felicidad, y sobre todo, de sonrisas en el mundo.
Con esta obra, Casona nos presenta un nuevo tipo de caridad, diferente al que se compra con dinero y se ocupa de los males del cuerpo. Casona nos trae una caridad distinta: caridad del alma, para el alma.

Mauricio: - De los males del cuerpo ya hay muchos que se ocupan. Pero ¿quien ha pensado en los que se mueren sin un solo recuerdo hermoso?, ¿en los que nunca han visto realizado su sueño?, ¿en los que no se han sentido estremecidos nunca por un ramalazo de misterio y de fe? No sé si empieza a ver claro.

El director de esta agencia, un loco que sabe bien su tema, se vale de fantasías para crear ilusiones, magia para sembrar alegría y mentiras, para crear realidades.
Mientras el director pone en marcha este verdadero circo, entran en escena una joven desesperada y un viejo, en el mismo estado. A partir de esto, se pone en marcha la misión más difícil de todas, en la que se intenta remendar el corazón de una abuela sin nieto, pero con el pasar del tiempo, es una nieta la que necesita de una abuela y un nuevo corazón.
Así es como el autor va planteando un juego de doctores y pacientes en el que muchas veces se revierten los roles. Sus personajes son personas movidas por el altruismo, de las que pocas quedan en el mundo. Pero hasta con la mejor voluntad, todos sabemos que la mentiras tiene paras cortas, y no olvidemos que en esta organización, la voluntad y las mentiras abundan. Jugar con la verdad es algo peligroso: las mentiras, aunque blancas, son mentiras aún, y siempre es doloroso cuando salen a la luz.
Cuando uno vela por la felicidad de los otros constantemente, es inevitable alguna vez olvidarse de uno mismo. El altruismo sin medida puede hacernos creer que la única fuente de felicidad es la alegría ajena. Así, el alma se va marchitando, pero por fuera queda intacta, como los árboles, que mueren de pie.
Esta obra es perfecta para los que están llenos de fantasías, porque en ella, la fantasía triunfa sobre la realidad. Para aquellos que creen que todo es posible si se tiene fe, recomiendo esta obra de caridad, trabajo duro y desesperada búsqueda de amor.
Pero sobre todo, se la recomiendo a los árboles, a esos gigantes que todo lo intentan y todo lo pueden, que caminan a diario por las calles, casi en silencio: lo único que se escucha de ellos es el susurro del viento en sus hojas, mientras mueven el mundo sin ser oídos, sembrando alegría donde nadie la conoce. Para esos hombres y mujeres que aparentan felicidad en tiempos de profundo dolor, esta obra es perfecta.

“Isabel: - No te reconozco. Oyéndote hablar el primer día parecías un domador de milagros, con una magia nueva en las manos. No había una sola cosa fea que tú no pudieras embellecer, ni una triste realidad que tú no fueras capaz de burlar con un juego de imaginación. Por eso te seguí a ojos cerrados. Y ahora llega a tu puerta una verdad, que nisiquiera tiene la disculpa de su grandeza... ¡Y ahí estas frente a ella, atado de pies y manos!

Plantar un árbol, tener un hijo, escribir un libro. Parece que con esta obra, Alejandro Casona mató dos pájaros de un tiro, ¿No?, plantando tantos árboles en su libro.

2006

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