viernes, 14 de noviembre de 2008

sobre su espalda

Acostada sobre su espalda, la música no la dejaba escuchar sus pensamientos. Acostada sobre su espalda, las sábanas y el colchón, la música también estimulaba esos pensamientos. El libro que leía también tenía su parte, entreteniéndola hasta el punto de hacer conjeturas propias sobre el tema, y aburriéndola de manera que su mente tenía que salir a buscar otros rumbos. Ahí entraba en juego la música, no de nuevo, sino todo el tiempo, porque el proceso era uno solo.
Perdida y encontrada en sus cavilaciones, no se dio cuenta al instante que no estaba sola en el cuarto. Había una chica ahí sentada, apoyada en una de sus sillas, cruzada de piernas, que la miraba insistente. Qué fastidio hubiese sido darse cuenta antes y perder la nebulosa en la que estaba metida su mente, pero en algún momento iba a tener que pasar, verla viéndola, y tener que hacer todo lo que demande la cortesía.
Hasta ese momento, en su interior, el cuarto estaba vacío. Era todo un espacio inmenso, lleno de aire, muebles y música, en el que lo único que se movía era el aire que ella inhalaba y exhalaba, mas al darse cuenta de que esta chica estaba sentada ahí, el cuarto se volvió pesado, lleno de cosas, gente, presión, mucha presión. Sentía la distancia y la cercanía, sentía la mirada como una luz de lámpara, concentrada en el origen y dispersa sobre ella toda. Por un tiempo, un tiempo muy corto por supuesto, no recordó lo que tenía que hacer, o no pudo descifrar que seguía ahora. En segunda se incorporó, puso el separador y cerró el libro, dando muestras, perceptibles solo para su mente, de que esto la fastidiaba. Se sentó y la miró, pero no dijo nada. Se tocó el pelo y bajó la mirada. ¿Cómo era posible que una sola persona, un volumen de masa tibia, produjera ese efecto en una habitación? No le interesaba preguntarse pro qué estaba allí, ni que era lo que quería, su mente estaba llena de la presión que ejercía tener a otra masa tibia, ajena a la suya, en la misma habitación. El peso de que alguien estuviese allí, con sus pensamientos y necesidades, eso, necesitando algo que ella podía darle.
Sintió que la música estaba más fuerte, que estaba de más. Y eso que la música jamás está de más. Se sintió totalmente obligada a prestar atención a esta persona. Se sentía atada a ella, atada a tener que conformarla en todo, como buena anfitriona, como buena sumisa que era. Le resultaba completamente imposible negarle la atención, hecharse sobre su espalda, sus sábanas y su colchón, y volver a lo que estaba haciendo, no porque no quisiera volver, sino porque el aire ya estaba lleno de ella, su mente estaba atiborrada de ella y de lo que pudiera pensar.
Volvió a mirarla y apagó la música en la justa parte de un tema que siempre la perdía. Abrió la boca para hablar, pero cuando vio el reloj, detrás de la chica, se dio cuenta de que había pasado, a lo sumo, un cuarto de minuto.
-La abuela dice que vayamos a comer, esperemos a que termine el programa este y vamos, que ya le queda poquito.
Estaba sentada de espaldas al televisor

jueves, 4 de septiembre de 2008

Cursar a las 7 libera sensaciones

Se levantó y salio de su casa antes de que siquiera se aclarara el cielo. A esa hora se movía en piloto automático, dejando toda la energía circulante para ser usada en su cerebro. Esperar en la parada, pagar, subir, bajar, caminar, esperar, subir, pagar, todo inconsciente, más inconsciente que rascarse la cabeza, más que dilatar los alveolos. La única actividad del cuerpo es que podía centrar atención era en encontrar un lugar, gran parte de su cerebro estaba avocada a eso, hallar un asiento, cueste lo que cueste. Una vez sentada podría apagar el cuerpo por completo, dejarlo dejarse descansar contra la silla y hundirse en su mente.
Por suerte lo logró con rapidez, ya había adquirido gran maestría en la cuestión, pero una vez posada de lleno en el asiento se sorprendió de lo mucho que podía sentir su cuerpo, sus manos y el peso de los anillos, sus pies en contacto con las botas, el pecho subiendo y bajando bajo la remera. Sentía la presencia del pelo muerto sobre el cuero cabelludo, cada forma, cada hendidura, el largo de sus uñas, sentía sus propias bolsas debajo de los ojos, la boca pastosa por la madrugada, los dientes lisos, la garganta seca. Sentía tanto que llegó a pensar que era la mente la que era ajena a todo. Sentía en especial los ojos, y todo lo que tenía contacto con ellos. Veía todo, captaba todo, cada movimiento imperceptible del resto de la gente, la ciudad moviéndole por la ventana, las carteras y portafolios bronceándose por todos lados. Comenzaba a alarmarse cuando se regularizó la situación. Comenzó con los pies, las rodillas, pero no de abajo hacia arriba. Dejó de sentir gradualmente con todo el cuerpo, como si se apagara la hipersensibilidad en la que estaba sumida. Respirar ya no fue una actividad mental, mucho menos pestañear.
Pero, como era de esperarse, se pasó al otro extremo, y no tardó en dejar de sentir que estaba sentada, vestida, que estaba en un colectivo en movimiento. Su mente tomó total control de todo y lo último que sintió fue su nervio óptico y sus ojos fijos en la ventana, observando el camino, mirando hacia afuera, que ya estaba por aclarar.
Al final, solo atinó a preguntarse:
-¿A donde voy?
No se, pero tu cuerpo ya se levantó para bajarse del vehículo y tu vista sigue fija en la ventana.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Sol

Se levantó y dejó la casa con el Sol ya en medio del cielo, mirando. Caminó todo lo rápido que pudo, primero ligero y luego fue alivianando el paso, no por comodidad, mucho menos por relajación, era el Sol ahí arriva lo que le frenaba los pies con cada paso, como pesas en los pies. Ya avanzadas la cuadras, le ardía la piel como si estuviesen clavandole algo, debajo de la ropa, debajo de la dermis. Antes de darse cuenta, ya se había detenido. Estaba frente al parque y el Sol la agredía de frente como sie stuviese debajo del mismisimo agujero de la capa de ozono. La escupía con fuerza, para aplastarla contra el piso de cemento, a toda costa contra el material caliente, hirviendo como lava, como un pedazo Sol. Logró desviarse al pasto, pero aun así cayó de espaldas y quedó de frente a él, tan imponente, inevadible. Lo único que quedó fue mirarlo, caliente y asesino, verlo hasta reventar en el pasto, su luz que al fin llenó todo hasta sus poros y su cuerpo cambio de un momento a otro de material.

viernes, 27 de junio de 2008

el word vacío

El word pad vacío, temor de multitudes.Sobre el escritorio libros, discos,
cartas,
todo en plural menos el control remoto, uno solo gracias a Dios, el cubo rubik y una botella de agua vacía. Botella sola, el agua estaba en un recipiente distinto más flexible, más adentro suyo.
Agarrar la botella de agua, asirla con las dos manos, entender su tamaño, su forma, y pensar: "algún día algo así va a salir de adentro mio". Que pensamiento. No es tan así, por ahí la botella de agua queda corta.
Hoy me pasó algo horrible, teminé el lado de más allá. ¿qué es peor, expulsar la botella de agua o expulsar las palabras ya leidas, que nunca van a ser nuevas? Las palabras se pueden releer. Si, y la botella puede volver a su sitio si lo pensamos así, pero eso es forzar una situación.
Y afuera llueve, dos segundos te distraes y la calle ya está inundada, pero sigue haciendo calor. ¿Cómo llueve y hace calor? En enero llueve y hace calor, en diciembre todavía vas a tener que salir de tu casa mientras llueve. Entonces, ¿por qué no es enero? o peor aún, ¿por qué no es diciembre? Si llueve, si tengo que salir de casa...
En marzo del 2020 vas a expulsar una botella. Si la botella está sobre la mesa, entonces no entiendo por qué no es marzo del 2020. Ojo, no te quejes que marzo del 2020 está cada vez más cerca. Como cuando te dijeron "en diciembre del 2007, vas a haber terminado la escuela". Hoy yaterminé la escuela hace rato, y sin embargo otra vez, no es diciembre del 2007.
Afuera ya no llueve, eso significa que ya no puede ser enero, ni diciembre, y que definitivamente no es el momento en que comenzó a llover, porque ya paró. ¿y los minutos entre gotas como se distinguen?No se, la verdad no entiendo. Ayer leí que todos los días se hace de noche, o que todas las noches son iguales, no me acuerdo. Entonces como saber qué noche, qué número le pusieron a esa noche, es todo un misterio.
¿Cuantas veces tiene que ser enero, o diciembre, para que pueda escribir algo que empiece y termine, como la lluvia de recién o de hace tres horas, que empezó y termino como si nada, pero dejó todo mojado?

sábado, 14 de junio de 2008

infinito punto rojo

De chica jugaba un juego rarísimo. Comenzaba como cualquier otro, conectar la play, poner el CD, apretar start y eso, ya no recuerdo bien el mecanismo. Este juego no tenía menú, no elegías nada, ni el color de los bordes de la pantalla, que se ponía negra de golpe, para después revelar una calle de barrio viejo, de las que aparecen en algunas películas de caminos de tierra, casas de un piso que comienzan después de las rejas y el patio del frente, cestos de basura con caños oxidados y silencio total a la hora de la siesta. Luego de algunos instantes, el pelo en pantalla y el paso de una mano fugaz te hacían darte cuenta de que el vidrio era tus dos ojos, a veces encandilados pro el sol.
Si dejabas puesto el CD, el juego se guardaba y podías comenzar desde donde habías dejado el día anterior. Esto era sumamente importante, ya que a falta de instrucciones, jugando ibas haciendo avances importantes. Primero vagabas por las calles, pateabas latas, andabas en bicicleta o te sentabas a mirar algún perro que pasaba con algo sucio en la boca, haciendo nada, pero de una forma crecientemente hipnotizante. Cada tanto pasaba algún chico o chica haciendo lo mismo, nada, y con el correr de los días aprendías a acercarte con cualquier pretexto, una cadena salida, un perro en plena fuga o simplemente compartir caramelos y formar así un grupo cada vez más grande de infantes que se reunían a hacer nada frente a esa pantalla ojos que manejabas con el joistick.
Aprendí a pelear cuando era necesario y a rehuir algunas riñas, a nadar con manos y pies todo junto, a leer libros de texto avegentados, esconder arvejas abajo de la mesa una vez por semana y a andar sin una mano, para soltar las dos me faltó un poco. El grupo era cada vez más numeroso y los juegos más variados, intervenían ahora pelotas, hojas, animales y hasta disfraces. Todas las tardes llegaba a casa y prendía la play, agrandaba mis ojos y aprendía a jugar sin trucos a un juego que no tenia menú, pero podía elegir todo, absolutamente todo.
Afuera de casa llovía, hacía frío, soplaba fuerte el viento, cualquier cosa, no se, no se podía jugar a la play afuera, y salir era un desperdicio, con tanta vida en el living de casa. Comencé a vivir en tiempos del juego, vestirme de invierno cuando veía las narices del resto muy coloradas o sacarme los zapatos cuando todo se veía soleado y podíamos meternos al canal a jugar a la guerra de caballitos. Mis papás no me dijeron nunca nada, no se acostumbraba hablar mucho y pasarse el día frente a la play era normal, y aunque ojos adentro yo sabía que ninguno de mis compañeros de escuela tenía un juego así, podía sentirme reconfortado, porque sabía que al llegar a casa, en teoría, todos hacían lo mismo que yo.
No era todo juego y diversión, por supuesto. Tuve que aprender a conjugar verbos, hacer cuentas sin calculadora, el ciclo del agua y todas las normas de convivencia. La mitad del grupo tuvo que entender que la otra mitad se separara, para jugar al futbol, escupir y esas cosas, y hasta me agarraba una cosa en la panza cuando volvía muy tarde de la calle y me esperaba mamá sentada en la mesa de la cocina, retorciendo el mantel con las dos manos y la comida bien fría.
Pero lo que más me gustaba de todo eran las hamacas. Ahí no había verbo que valga, cada uno se hamacaba con sus piernas, adelante y atrás, adelante y a trás sin grupos separados, sin manteles retorcidos, arvejas escondidas ni nada, lo único que se veía era el cielo muy cerca, que se iba alejando y alejando para volverse tierra, piso con agujeros de la patas, tierra de frente casi en la frente y de nuevo horizonte y cielo, nubes blancas y fondo celeste que se volvía marrón y polvoriento, que ahora era azul y espumoso, marrón celeste marrón celeste con aire en todos lados, entre las piernas y los brazos, tirando del pelo, mejor dicho masajeando, el flequillo en la nuca o el flequillo en los ojos y las manos que se van aflojando para hamacarse más, hamacarse mejor y llegar más lejos y hasta el cielo, en un recorrido infinito hasta el cosmos y hasta el infinito punto rojo de la plaza muchos metros adelante, el flequillo contra las piedras del arenero.

miércoles, 21 de mayo de 2008

Clases

Qué incómodo el asiento ese, tenía que sentarse de costado para que no se hundiera para atrás, como si su espalda fuese tan pesada. Y con la mesita esa no podía ni jugas al sudoku, mucho menos poner la lapicera, el lápiz, el cuaderno y la calculadora todo junto para hacer un ejercicio como la gente. Como la gente que no había en ese momento, porque ya a esa altura del partido no quedaban casi alumnos con ganas de calcular la inversa de nada. ¿por qué miraban si no estaban escuchando? Si no iban a escuchar, mejor hacerla completa. Y es que hay tantas cosas interesantes en un aula fuera de lo que pasa en el pizarrón... las ventanas, por ejemplo, eran chiquitas y arriba del todo, lo cual daba un espectáculo de pies y pantalones pocas veces visto, A veces, no en esa clase, sino en otra que tenía más temprano, se escuchaba Björk, peor no It's oh so quiet ni nada por el estilo, se llegaba a escuchar Joga, Unravel y hasta Venus as a boy. Peor a esa hora se escuchaba a la gente reír nada más, porque ya era la tarde y nadie andaba por ahí dormido y taciturno.
Sus compañeros eran bastante interesantes, o lo habían sido el primer mes, antes de que se aprendiera más o menos sus caras de memoria. Igual siempre la sorprendía algún semblante perdido, que creía estar viendo por primera vez, y desde entonces en todos lados, como cuando conocemos una palabra nueva y se nos aparece en cada texto, cada cartel perdido por ahí.
El resto todavía seguía empecinado en mirar el movimiento de las tizas (marcador de tiza, eso fue una novedad), perdiéndose todo lo demás. Todos menos alguien, a penas visible en la ventana, en ese rectángulo alto e inalcanzable desde el subsuelo, para el cual había que agacharse desde afuera. Él no miraba el pizarrón claro, no le daba el ángulo ni las ganas para eso. Miraba también la multitud, presenciando un espectáculo de cabezas pocas veces visto, comparable tal vez con los pies vistos desde esa misma ventana, del otro lado del vidrio.
Más que obvio, terminaron reparando el uno en el otro, y fue increíble la nitidez de los ojos vistos a través del cristal y tantos metros de aire. Estudiante de la FADU, seguro arquitectura. Viajó mucho para llegar ahí, pero no mucho como quien viene de tierra del fuego de una vez y por todas, mucho como el que viene de Moreno todos los días, en tren, colectivo, zapatillas y asensor. Se estaba adaptando a la facultad, a las materias, el viaje, los profesores, los mil compañeros distintos, los otros mil exactamente iguales a esos mil que seguro eran iguales a otros mil que iban a contraturno. Le iba a hacer señas desde la ventana, un hola tímido que no se iba a entender, porque sólo los ojos llegaban a verse nítidos entre tanto oxígeno y lo que sea que compone el vidrio. La respuesta, más señas inentendibles, sonrisas costosas pero sinceras. Fin de la clase, tardar mucho en guardar las cosas y ahí si, una seña nítida. El café de planta baja, ahora ya, ahora ya subiendo las escaleras mientras cerraba el cierre de la mochila, con las cosas mitad adentro y mitad afuera, para encontrarlo después de buscar muy poco en una mesa con tres sillas, una de más, no te preocupes. ¿Querés café? No la verdád que no, que bueno, yo tampoco quiero nada. Tengo unos caramelos, ah eso sí, es que siemrpe tengo caramelos. Si había venido desde lejos, algún lugar de por ahí. Si estudiaba arquitectura, si iban a cursar toda la carrera en el mismo lugar, no era como uno de esos espejismos de exactas, naturales o ingeniería que habitarían los subsuelos como mucho un año, o dos con poca suerte, para irse con apuro a un lugar más numérico. Si, CBC, pero me tocó pensamiento, así que el próximo cuatrimestre intercambiamos, ja. Si si, siempre si siempre acuerdos, te paso mi celular dale, horas de letras escritas y palabras intercambiadas entre intermezzos de facultad, si salimos el viernes seguro a festejar, si arreglamos, si nos encontramos, si nos seguimos encontrando y si, te venís conmigo en las vacaciones. Si nos casamos, si nos mudamos y tenemos hijos, unos cuantos después de viajar todo lo que quisimos, durante y antes también, total si, yo se los cuido las abuelas siempre miman a los nietos. Si se van a estudiar, a la FADU algunos, no todos, las manzanas a veces caen lejos del árbol, pero mejor así. Si, quedó el nido vacío, si, resulta un poco incómodo al principio pero si, nos adaptamos, vamos al cine, elegimos un buen lugar para vivir y envejecer. Y si, para morir también. Si, es complicado pero no imposible lo de ser viuda.
Mirar primero pro la ventana le dio la ventaja o la desventaja de quedarse allá por más tiempo, sentada en la silla que se va para atrás cuando te sentás, con las cosas todas desparramadas en bancos contíguos, el cuaderno todavía abierto, los ejercicios a medio hacer, el pizarrón borroneado y ninguna cara en la ventana, ninguna planta baja, ningún café, ninguna clase porque la clase ya había terminado.

martes, 20 de mayo de 2008

Lola IV

Seguía avanzando la facultad sin cambiar nada, sin dejar nada como estaba antes. Hace dos meses casi que estamos acá, hace siete años que venimos, pero si empezamos ayer, como puede ser que hayamos hecho tantas cosas, que miremos atrás y no hayamos hecho nada, que hayamos progresado poco y nada, que hayamos progresado mucho y nada.
Hoy Lola no estaba, o por lo menos no en ese entonces. Habían estado estudiando matemática. Ya era época de parciales, más aun, ya habían rendido la mitad de los parciales. Un parcial, un medio de dos (un medio por dos). Ejercicios y ejercicios que no le disgustaban. A veces Lola estaba de más, ella podía sola, con música y te. Te con limón y mate dulce, que vergüenza admitirlo, mate dulce con azúcar antes, durante y post yerba, que le dejaba un gusto horrendo en la boca, atrás, en la base de la lengua, nunca adelante. Debe tener algo que ver con las papilas gustativas, si, seguro. Lola hacía, dejaba hacer, era obvio que el parcial iba a ser suyo, como esa mañana, ese último, único primer parcial de Sociedad, con lo segura que estaba de que no lo iba a volver a escribir, no con Lola al lado dictándole las cosas que ya sabía, Lola impaciente que no la dejaba pensar. Todo el día haciendo sin pensar, una máquina de pensar las cosas por adelantado, siempre un trazo adelante del monge de la maqueta, vas a ver que después nos pide una vista oblicua. Ves, te dije, vista oblicua y corte. Nos pide dice, a Luz le pide, a vos nadie te pide nada Lola, realmente nunca nadie te pidió nada. Pero al fin quien lo hace sino Lola, ¿a quien le piden entonces? ¿Quién va a las clases?¿Quien habla?¿Quién vive?. Una, ninguna, media. Un medio de una.
Ahora era seguro, vivía ella porque estaba pensando, pensar por primera vez en el día. Ahora seguro vas a leer lo de proyectual dijo, yo ya se que es, por supuesto Lola vos no dormís, ¿o sí? vos no te conectás, creo que no comés. No viajás en colectivo, no me dejás pensar, no puedo reflexionar sobre nada, sobre Lola que aparece siempre y desaparece, que me escucha y me sabe de pies a cabeza como al modelo agroexportador. A Inglaterra le convenía que alguien produzca materias primas, a Lola le conviene que tenga manos para no atrazarla con su propio tecleado. Pero vivía ella porque Lola se había ido y ella había leído lo de proyectual. No era del todo mala, la dejaba leer eso que le gustaba, que sabía que le iba a gustar, que la iba a hacer pensar. Pensar en otra cosa, no en Lola, Lola buena que la dejaba leer en su tiempo libre, que la dejaba escuchar música y hasta hablar sola, Lola divina Lola buena oh todopoderosa.
Love ir all, love is true. Love is all, love is you. Las mamushkas en el desierto estaba leyendo, ¿qué es esto? Mamushkas que lloran y se abren, que adentro tiene otras mamushkas que lloran y se abren, que adentro tienen otras mamushkas que lloran y son mamushkas que se abren y lloran y mamushkas abren lloran mashka abren lloran ushka. Entra pollo sale pollo, más fácil. Que horrible ser una mamushka. Nunca se es una mamushka, se es un pedazo, una mitad, dos mitades, tres mitades huecas, dos mitades con dos mamushkas adentro, la mamushka del final que es tan chiquita que ni por ser mamushka llora. Pero si se runa mamushka es como ser madre, salvando los colores. Una madrushka se abre y sale la hija, que se abre y sale la nieta, que se abre y se abre y se abre, y nunca más se cierra porque no quiere cerrarle el paso a la otra madrushka que también quiere ser abuelushka para que haya otra por la cual no cerrarse, y entender a su madrushka que abrió a su abuelushka, que se lamentan por el pasado de ser completas y se regodean en su pariente completa, tan lejana ya que hasta de color cambió. Eso si, a pies de mamushka abierta no llegan lágrimas, caen en el piso o en donde sea menos a los zapatos que no tienen las mamushkas. Prefiero llorar y tener pies. No estás escuchando la música. Si, pero me acompaña. Es difícil darse tiempo de mirar al techo con música que te entra por la raya al costado, que tiene movimiento que nos ves pero es como escrito con limón o el infrarrojo del control remoto. Ojalá dieran de esas fotocopias más seguido, para poder tomarse el tiempo de mirar al techo leyendoescuchando you know it ain't easy, you know how hard it could be, apagar el cerebro para prenderlo del todo bien, cerebro y nada mas, sin piernas, sin brazos, pelo ni hablar, nada más hojas, manoresaltador, a veces la oreja que pica y las orejas que titilan, escucha no escucha, escucha no escucha.
Ahí viene Lola con las zapatillas en la mano. Vamos al gimnasio le dice. No me gusta el gimnasio. ¿Querés comer como una bestia? Peso tres kilos mojada. Pesás tres kilos mojada porque vas al gimnasio. Peso tres kilos mojada porque me secaste el cerebro y soy 70 % agua piensa, y seguro Lola lo escucha. No le salía putear, pero la verdad quelaputaquelapario.

viernes, 25 de abril de 2008

Lola (III)

La situación se estaba volviendo un tanto alarmante. Una de dos, o había alguien o algo que la perseguía, o se estaba volviendo loca. Lo más seguro era que ambas. El problema es que nunca había pasado por tal situación, así que no se le ocurría nada mejor que hacer como si fuera una compañera más. No tenía miedo, más bien curiosidad atenuada por un escepticismo admirable.Sacó su trabajo y lo pegó en la pared, cosa que la preocupaba mucho más. Cada día la materia trataba de hacerle creer que esa no era la carrera para ella, pero se negaba a escuchar, aunque iba gritando más y más fuerte.
La hora siguió como siempre, charlas y demás cosas de taller, de vez en cuando detenidas pro el paso de los profesores que podían o no detenerse a mordisquear los proyectos. La puesta en común no sería hasta dentro de media hora más, así que no había más que olvidarse, salir a comprar caramelos o algo.




La vida siguió normal, tampoco es que la presencia invadió cada espacio de su existencia ni nada parecido. Todavía iba a la facultad, comía seguido y bien, caminaba sus buenas cuadras para tomar decenas de colectivos distintos, se le gastaban las pilas y las tenía que cargar de a cuatro, hacía la cola del banco, de todo. La cola del banco era un lugar especial para reflexionar, como el colectivo cuando no hay lugar para sentarse pero si para pararse sin pensar improperios de la persona que te chica con sus codos. Pensar en la cola del banco era como caminar muchas cuadras que se conocen de memoria, un paso cada tanto y cuando se mueve la gente. Un minuto estás en tierra firme y al siguiente te estás moviendo en una plataforma con ruedas. Estabas rindiendo y de repente terminaste la escuela, estabas durmiendo y te despertaste, tenías hambre y ahora el estómago lleno, solía ser nuevo y lo usaste, eran amigos y de repente algo más, todo en un momento estabas sobria, te levantaste y ya no más. Vivías normal, como siempre, como todos los segundos, momentos de tu vida, y tenés un año más. Así solo, en un momento te pica la nariz, dejás de escribir un segundo y tenés 365 días más todos conjugados en un dedo sobre la nariz, sin que el peso te caiga ni de repente ni nunca, un día por vez en práctica, todos juntos en teoría. Para algunos comienza a sentirse antes, para otros tal vez no, a ella en lo personal le molestaba bastante. Qué incómodo es que te tiren encima un año entero si para vos fue eso, cambiar de canal. Qué molesto fingir que sentiste el peso de tu vida avanzar como un movimiento de segundero, tic 1, tic 2, tic 3, tic 32. ¿Cuántos tics son demasiados? Si se te tuerce la boca, se te cierra el ojo y te tiembla la pierna ya son muchos. No, hablando en serio, ¿cuántos son demasiados?*¿Cuándo comienzan a ser muchos? 18 no son muchos, podría decirse que son muy pocos. Es dicen los que tiene más que 18, probablemente el doble o más. Para los chicos, 18 son muchísimos. Para los de 5, 18 significa adulto, opinión formada, ideología aunque no sepan lo que la palabra significa, capacidad de debatir. Moverse solo. Para los de 10, 18 es mucho. Para los de 16, 18 es muchísimo. Para los de 18, 18 es demasiado. El tiempo que te persigue y te obliga a sentar cabeza en esos tres segundos que dedicas a pensarlo en esos 367 días, año bisiesto más el día anterior, o 370 para redondear tomando en cuenta la gente altamente reflexiva. Siempre que se los tiene, a uno le parecen demasiados. Por eso 18 no son 18 años, son 17 más uno, entonces cuando se cumplen 19, son 18 más uno, y los de 18 pasan a ser jóvenes afortunados y no los pobres entes avegentados de hace tres. Se van sumando de a uno, acumulando, hasta que 18 es la mitad, unos pendejos, 18 es un tercio, unos jovencitos con todo por delante, hijos tal vez, 18 es un cuarto, unos mozalvetes, a esa edad ya había formado mi empresa, mi familia y vacacionado en Villa Gesell tres veces. Un quinto, sacamos la calculadora para hacer las cuentas, si se llega hoy, en este momento, naci justo para el fin de la guerra, cuando quintupliquemos nuestra edad va a haber gente que nació en el corralito, cromagnon, el 11 de septiembre, el bicentenario de la independencia, el fin del petróleo, el fin del mundo tal vez, y nosotros quintuplicando con la presidencia de Menen, siganme que no los voy a defraudar, el chubutazo, inflación, inflación, inflación. Esa la vivimos todos. ¿cómo era abuela el tema del campo? No se nena, preguntarme a los 90 y dos días, capaz me interese más. Que piensa, a los 90 ni siquiera va a estar acá, ni en ningún lado, eso es seguro, más aspirando humo como hasta ahora.Tal vez el domingo le comienze a interesar. O tal vez no
90 si son demasiados, pero también están los muy pocos. Casi nadie se siente uno de los "muy pocos". De chico se tiene suficientes, no se piensa en eso. Menos a los 9. A los 9 no se tiene 10, hay un sólo número, pero si lo duplicás da 19. Cuando tenía 9 años escribió en el calendario "Cumplo 9, 9+9=18". Nada más, nueve años que si son muy pocos, pero que en 365 días van a ser suficientes otra vez.
Avanza lento la fila, mientras más lento avanze, más de lo que está pensando ahora se va a perder para siempre. Imaginate que ya escribiendo, entre tecla y tecla, se pierde la mitad. Lo que queda es una representación barata, floreada para que parezca la original, como la madre que se viste como la hija e intenta estar como cuando tenía 18. Reproducción nunca se vende como original. Ojalá existiera una tarjeta de memoria del cerebro, como la computadora, o la cámara. Todo lo que piensa se va grabando ahí, letra por letra, puntos y comas, hasta los signos de pregunta. Después en casa con bluetooth, nada doloroso, se pasa a la compu. Disco extraible (F:), se leen las carpetas, se copia lo que se quiere copiar y el resto si se quiere se borra, o se comprime, da igual, como un pen drive nunca se gastan las pilas y no se pierde nada. Cuantas personas desearían tener la facilidad de pensar en vos alta.
Que delirio la cola del banco.




*
comentario totalmente al margen, que más que sumar hace que uno se pierda del poco relato que venía siguiendo, hasta en el momento de escribirlo: es increíble lo estéticamente horrendos que son los signos de pregunta, todos tan afectados, le dan a la hoja un toque de más que pocas veces resulta tolerable, si se elige muy bien la tipografía o se presta mucha atención al contenido. Deberíamos ser todos como la mujer del Coronel, que preguntaba como si estuviera afirmando, para prescindir totalmente de esos rayones de ideas que obligan a comenzar y encima, descaradamente a terminar una pregunta, como si los cuestionamientos tuvieran no sólo un principio, sino también un fin.


miércoles, 23 de abril de 2008

Lola (II)

Despertarse, levantarse, caminar, todo era decisión. Y para elegir, había que recordar, combinar, elegir y recordar. Encerar, pulir. No lograba decidirse esa mañana si la chica que había visto en su casa era real, o si era producto de su propio aburrimiento de madrugada. Decidirse tal vez no era la palabra, sino que, mejor dicho, no lograba discernir entre la fantasía y la realidad, así como no podía recordar si iba con v o con b, o si tenía que cruzar o no la calle cuando bajaba del 37. No estaba en ella elegir el resultado, eso era algo ya existente, pero si estaba en ella llegar antes o después. Si bajaba del colectivo y cruzaba la calle, había elegido hacerlo pero eventualmente se daría cuenta de que estaba yendo en sentido contrario, ya sea a la cuadra o al llegar al museo de Bellas Artes. Había elegido, pero el resultado sería siempre el mismo: no tenía que cruzar la calle. Lo mismo pasaba con esta chica. Estaba en su memoria, pero su tarea era saber si estaba perdiendo el tiempo buscándola de nuevo, como si fuera su hermana que se había quedado hasta tarde haciendo ejercicios de física, o si perdería el tiempo tratando de convencerse de que era efecto del cansancio. Pensaba todo eso mientras se bañaba, peinaba, cambiaba, desayunaba. Las decisiones de siempre quedaron reducidas a movimientos automáticos, ¿me lavo los dientes en la ducha? ¿pantalón o pollera? ¿pelo atado, pelo suelto? ¿desayuno acá o en el colectivo? ¿llevo el mate en la mano o en la mochila? ¿voy a la facu o es innecesario? Todo, todo reducido a un solo movimiento que iba desde la cama hasta el aula del segundo piso.
Buen humor de mañana, casi nadie sufría esa patología, pero era útil cuando la puerta del colectivo se te cerraba encima o el tren pasaba dos veces por su camino. Seguía sumergida en un sopor un tanto extraño, no sabía si estaba totalmente centrada en sus sensaciones o sos pensamientos, pero sabía que una de las dos era. Se dio cuenta de que había llegado cuando todos ya se habían bajado del colectivo, así que supuso que los pensamientos ganaban por ahora. Lo bueno es que cuando pasaban esos estados, las escaleras se hacían más cortas y las clases más amenas.
Escalones, escalones, escalones, hasta que se terminaban y tenía que girar, seguir a una escalera adyacente. Cuando se quiso dar cuenta, estaba en el tercer piso.
Bajó al aula húmeda, llena de papeles en la pared. Seguía perdida, pero no iba a tardar mucho en encontrarse, porque ahí sentada en su mesa, parada en realidad porque nunca había banco, estaba la chica de la noche, sólo que esta vez era de día y no había luz ni cansancio a quien culpar.

Lola (tal vez I)

Sentada en la compu, bajo una lamparita quemada y lastimándose los ojos con el brillo de la pantalla, Luz se cansó de aplastarse contra la silla a altas horas de la noche y decidió irse a dormir. Tuvo que sentarse dos veces, porque había olvidado cerrar el reproductor y la música seguía sonando, oportunidad perfecta para volverse a aplastar, en contra y a favor de su voluntad.
Tenía que caminar aproximadamente tres coma cinco pasos hasta llegar a su cama, deshecha y mal acomodada, pero otros tres para ponerse una frazada encima. "Mañana me levanto temprano, pero no tan temprano", eso significaba poner el despertador media hora antes de cruzar el umbral y tomar el colectivo. Por más contenta que estuviera por cambiar su vida de repente, esa noche no podía evitar sentirse aplastada, sentirse ella, no sentir sentimiento de aplaste, sino estar ella en su propio cuerpo, sintiendo como su alma, su espíritu o vaya a saberse qué se pegaba a la silla como el agua busca horizontalidad con el suelo, como si todo el peso de su cotidaneidad le cayera en los hombros, hombros que no habían vivido en ese lugar más de tres semanas. No entendía nada, por supuesto, lo cotidiano cae de a un gramo por día, no de a cincuenta kilos en tres semanas.
Prender la tele, por primera vez en todos el día, que digo, dos días, y a un horario totalmente obsoleto en materia de raiting. Lo único que pasaban a esa hora era E.R., mejor optar por American Dad, si total no iba a prestar atención, se iba a limitar a mirar pensando en otra cosa, como cuando prefería sorprenderse de los colores que captaba fuera de foco mientras miraba las letras de Los tipos de Estado. ¿Por qué siempre tenía que bombardearse con preguntas o imaginarse cosas que nuca iban a pasar, por el solo hecho de estárselas imaginando con lujo de detalles en ese momento? Conversaciones enteras, todas imaginadas e irreproductibles dos segundos más tarde, podía hablar con Sócrates si así lo quisiera, y olvidarse completamente al día siguiente. Conversaciones que nunca iban a ocurrir, ahí jugaba mucho su cobardía. No es que no se animara a hablarle a Sócrates por los pasillos de la facultad, por supuesto, pero la gran mayoría de las conversaciones que se imaginaba hubieran sido determinantes en su vida, y podrían haberla hecho muy feliz si hubiesen tomado el curso que ella les imprimía. O mejor dicho, les pensaba.
Cobardía, tanta y tan desparramada. En las clases y en la vida real. Siempre había considerado la vida real todo lo que fuera cotidiano, así era como llamaba a la cárcel, las clases y hasta el cine la vida no real. Así de amplio era el término, porque nadie lograba entender que las palabras para ella podrían tener otro significado totalmente distinto, se le dice connotación señores, y que no era estúpida por tomar algo global y hacerlo propio, o de última, ¿no iba a usar ella las palabras para comunicar lo que ella tuviera que comunicar? Ahí estaba el tema, comunicar, comunicar algo que para ella era una cosa pero para el otro significaba otra y terminaba todo en un gran desastre de incomprendidos, incomprensibles, incomprensión con ganas o sin ganas de nada, y al final la puta madre el ruido del msn, que ganas de dejar la computadora prendida, maldito cianuro de la imaginación, si pensaban que la tele era dañina, imagínense el internet mal usado.
Otra vez la cama, otra vez la tele y otra vez esperar a dormirse. ¿Por qué no apagaba la tele y se ponía a leer algo, por lo menos una revista? El foquito sobre la cama no funciona, excusas excusas excusas. ¿Por qué no era mejor, más inteligente, menos vaga, más simpática?¿Por qué seguía bombardeándose con preguntas sin solución, o peor aun, con respuestas demasiado reales para encajar en la vida real?


La media luz que quedaba prendida en el cuarto ya había sido apagada, por medio de un estiramiento casi inhumano de la cintura, todo para no levantarse de esa cama. Más trabajo llevaba eso que pararse y apagar. Qué bueno sería tener de esas luces que se apagan con aplausos, o con la voz. Se imaginó yendo por la casa, hablándole a los muebles, apagate, prendete, callate, más fuerte, clap clap. Una casa llena de esclavos de plástico, que despótica puede ser la tecnología.
La serie que estaba viendo se terminó y dio lugar a una propaganda, una publicidad blanca que iluminaba todo el cuarto con su luz de catorce pulgadas, iluminaba la mesa, la computadora ya iluminada, las almohadas, las sillas, la ventana, la chica sentada en el sillón de la puerta, los zapatos de ese día, todo. Volvemos para atrás, ¿la chica sentada al lado de la puerta? Volver a pasar la vista por su silueta no la hacía más real que el resto de los objetos con luz a pulgadas, así que la dejó para dormirse entre cosas aburridas muertas y cosas aburridas vivas.

domingo, 20 de abril de 2008

Peluquería

20 de abril, tarde
Acabo de volver de la peluquería con una euforia nunca antes vista!
Ahí va:

Acabo de pasar 4 horas en la peluquería, ¡4 horas!
4 horas de sufrimiento inhumano, de tironeos de pelo, fumadas de productos áltamente tóxicos, de todo. ¿Cómo se explica eso de pasar tantas horas encirrada en un lugar con ventanas gigantes y miles de espejos? Desde que llegás, te presentás si e suna peluqiería nueva y esperás que te atiendan. Vas, te sentás, lees unas Cosmo o Vanidad, Seventeen si estás muy aburrida, nada de El Banquete que tenés en el bolso o los apuntes de nada, las horas de peluquería no combinan con textos intelectuales.
Te enterás de todo lo que no te habías enterado en los últimos 4 meses, toda la ropa que te quere´s comprar aunque sea de la temporada pasada y, si sos lectora rápida de revistas como yo, hasta te aburrís un poco. El tema de las revistas que es si tenés mucha suerte, podés llegar a encontrar algo que coincida con lo que te querés hacer en la cabeza, por que claro, vos te decidiste para ir a la peluquería, estuviste dando vueltas y vueltas diciendo "uh me tengo que cortar el pelo", "uh me tengo que teñir", "uh me tengo que arreglar la garcha esta que tengo en la cabeza!", pero de ahí, a finalmente hacerlo, hay una brecha gigante. Aunque lo pensaste miles de veces, una vez que te llama la persona encargada de tu pelo te tiemblan las piernas: ¿cómo le decís qué es lo que querés exáctamente? Nadie te va a entender a la perfección, pero vos sóla no te podés cortar el pelo. Nadie es tan perfcto como vos cuando se trata del cuidado de algo que sale a la calle con vos todos los días. Algunos dicen "es pelo, el pelo crece" y vos también lo decís, te hacés la liberada, la que no le importa si le queda un agujero rapado encima del flequillo o una mecha verde atrás de la oreja, total se arregla, no salís de tu casa en trece semans y listo, lo tenés igualito que antes.
Te sentáste en el sillón, te fuiste para adelante y ya tenés la bata, el poncho o loq ue sea que te ponen en los hombros, y ahí llega. Si es un peluquero, va a hecer un esfuerzo supramortal en hacerte sentir una diosa, sin importar que sea domingo a la mañana (que aplicada), no te hayas bañado y la ropa sea la misma con la que dormís hace tres días. El tipo te va a decir siempre "hola diosa, que querés que te haga mamucha, te corto un poco ese pelo divino que quiero que tengan mis hijos y sus hijos y mis visnietos?" y ahi listo, te pensaste que tenías el pelo de Penelope Cruz y que te podés hacer cualquier cosa en la cabeza que te va a quedar bien. Si es peluquera te va a dar miles de consejos, todos bien dados pro supuesto, que te van a cambiar de entrada toda la idea que tenías y te van a dejar muy pero muy confundida.
Empezás a balbucear instrucciones totalmente incoherentes sobre lo corto que querés el flequillo, el pelo atrás corto, en el medio largo y abajo con forma de flor, me chas rubias pero que arriba las pinten de marrón arriva y abajo, rojo en el centro (por esa fui yo), rebajado que te engorde un poco la cara, desmechado que te haga parecer más flaca, un color que te edite solo los trabajos de proyectual, todas cosas que la peluquera va a escuchar muy por arriba, va a poner cara de entendimiento justo antes de darse vuelta, decirle a la de la caja "marche una suprema con fritas", sonarse los dedos mentalmente y comenzar con su labor del día.
Ya entraste en la segunda etapa. Ahora vienen las charlas de peluquería sobre las monjas que arma equipos de baseball (baseball?) con resultados sexuales y esas nimedades, y así te distráen de los mechones de pelo gigantes que caen al piso, los colores estrafalarios que te quedan en las raices y las puntas opacas que te estásn dejando. Toda la peluquería está metida en la misma charla, con matices según la antiguedad que tenga la clienta en l salón, cobijada por la habilidad que tienen estas personas de hablar y entretener a sus clientes doce oras seguidas casi sin parar.
Cortarse es rápido y facil, el desastre puede ser monumental, pero es más el tiempo que pasas esperando al verdujo que cortándote la cabeza. El tema es la tintura. Pasás por lo menos una hora aspirando desechos tóxicos que te llegan al cerebro para combinarse con las charlas, todo eso mezclado con el tironeo del cepillito ese que aplica el color y la imagen que te devielve el espejo llena de crema en la frente y broches en todos lados. La de al lado se está haciendo un brushin, ¡Dios mio que dolor! Hoy mientras estaba sentada, torturada pro el peluquero que me separaba mechas de mis rulos enmarañados para pintarlas de colores enconjía la cara, me clavaba las uñas en las piernas y veía a la pobre alma de al lado, sentada derechita con un cepillo tirando de los pelos bebé de la frente (pelos bebés como los de Shu), la cara inmovil y los dedos juntos, seguramente rogando para que le pusieran fin a su vida o algo así, todo eso pasaba y yo pensaba, aislada por un momento de esa marihuana medicinal, que la peluquería tendría que ser considerada una intervención quirúrgica, ¡en serio!. El dolor que se siente tiene poca comparación, y eso que soy mujer y se tiene más recistencia bla bla bla, me hice una punsión renal y hasta me inyectaron nose qué cosa cuando estaba enferma, pero ir a la peluquería sin anestesia es cruel, simplemente vil. Ir a la peluquería es caro y doloroso, yo voto por la anestesia, local por lo menos, aunque sea para las que no tuvimos hijas y no conocemos de dolores fuertes.
Al tironeo se suma por supuesto la negatividad. Me está quedando como el orto, me va a hacer cualquier cosa, no entendió nada de lo que le dije, va a parecer que no me hice nada en la cabeza, me hubiera rapado y me quedaba mejor, entre otras. El peluquero no se crean que no ve tu cara de espanto, que es distinta a la de sufrimiento, pero está tan acostumbrado a las histéricas que bueno, lo lamento mucho, él es el artista y sabe como hacer su trabajo.
Otra es la música, tres horas ahí adentro y ya escuchaste "Bastará" y "Total eclipse of the hearth" catorce veces (no se si no era cualquiera la peluquería), todas coradas por un grupo de mujeres y uno que otro hombre con un peine y/o tijera en las manos. La tortura nunca termina, Fay vuelve a acompañar el flequillo que te quedó a cinco centímetros de las cejas.
Ya cuando ves que están terminando pensás de todo, no, le digo que mejor me lavo en casa, le pido que me haga brushin o tendré que dormir acá hoy y mañana? la mato o nada más le corto una pierna?. Pasas a lavarte si te teñiste, pasan a peinarte si te cortaste y ahí por fin cambian las cosas. Te secan, te peinan o simplemente te dejan el pelo mojado, pero en el espejod e la peluquería es otra cosa. ya te olvidaste de todo ese tiempo pensando que no ibas nunca más, que el pelo te creciera hasta los talones, después te lo cortaba alguna amiga y lo vendías por ahi, que se tiña con pigmentos naturales, la luz del sol es buena para aclarar dicen, todo eso quedó en el pasado proque ahora sí tene´s el pelo espectacular, increible que fuiste a buscar. El peinado quedó perfecto, la tintura no podía ser de un todo mejor, el corte te favorece más que toda tu ropa junta, ahora si valen la pena esas 4 horas (4 horas!) de sufrimiento, ese dolor isoportable peor que golpearse el codo contra una pared de acero, ahora sí tenés ganas de pagar mil cuatroscientos dólares por un desmechado de flequillo. ya estás completa.
Hoya nada te frustra, ni la lluvia, ni el calor excesivo, ni la pila de cosas que leer. Ni siquiera que te digan que no se nota un carajo lo que te hiciste en la cabeza, proque por muy verdadero que sea, cuando te hacés algo en el pelo lo seguís notando por lo menos la vida entera :)

sábado, 5 de abril de 2008

Diarios de ciudad

Caminar por Triunvirato y Monroe sin auriculares puede tener sus peligros. Por ejemplo, puede una ir caminando, dispuesta a cruzar la avenida, cuando un colectivo repleto de gentese decide a soltar sus gases tóxicos en la calle, creando una nuve que no sólo nublará su vista, sino que llegará a tomar una consistencia esponjosa en un principio, para ingrsar por sus orificios nasale. Al ver que estos pueden ser cubiertos con simplicidad, la nube optará por los oidos de aquellos inocentes que no disfrazan el ruido de la ciudad con su tema favorito. La sensación será, creanme, poco satisfactoria, pero será aun peor al volverse maciza la humareda, dando lugar a dos grendes tapones que podran quedarse en las orejas o caerse por su propio peso. Ninguna de estas opciones es mejor que la otra, y creanme que este consejo está basado en una historia real.
26 de marzo de 2008

domingo, 2 de marzo de 2008

.

quiero partir
no quiero partir
no se nada
la autodestrucción me va a dejar seca
sola, no entiendo nada, me veo desde afuera y desde adentro, desde todos los costados, todo se infla, inflo todo, y lo peor es que afecta a los demás, quiero algo
no se que
llorar o gritar?
tal vez desaparecer
matar a la persona más egoista del mundo
o sea desaparecer

no puedo pasar mucho tiempo sin autodestruirme
más bien sin ser kamikaze de bomba,
que mata gente con la explosión

estoy muerta pero no es por él.  Es estar desconforme con mi vida, con mi mundo mi todo, aburrida, perdida, fuera de mi cuerpo
o muy dentro
a la deriva
me gustaría tener un diario de esos de Tom Riddle para dejar de llenarte los oidos de mierda
estaría bueno, no se, capaz, dejar de ser tan perseguida,
dejar de sentirme el centro del mundo
no es por él, ya descubrí
es la excusa que me deja tener una razón para atacarme
goat
y ni siquiera da color, no da nada, no tiene sentido
porque no tengo razones
hace cuanto que no estoy normal? capaz esto sea ser normal
si esto es normal, mejor que no sea y punto, cansadadeser a lo gast ;)
no entiendo
cualquier cosa

y todo es tan recurrente

martes, 26 de febrero de 2008

Bowling Confitería Club Atlético Quilmes

 
En Luro 3852, Mar del Plata, hay un bowling que se hace llamar Club Atlético Quilmes. Este es un bowling de antes, como debe ser, con ventanales cuadrados y luces ténues de neón que rezan Quilmes y Cabrales en rojo y azul, con tubos poco oscuros en el centro. En él hay un bar de botellas en la pared, botellas de bebidas memorables que sie estuvieran llenas asemejarían cualquier esmalte de colores claros seco, demasiado añejadas para tomarlas en esas mesas de 1 m2, con sillas marrones de caños redondos, forradas de terciopelo rojo.
También hay fichines, el Street Fighter uno por si alguien duddaba de su existencia, el tetris y el infaltable Wonder Boy, con records de la misma persona, todos junto a una mesa de pool llena de vasos de cerveza caliente y una estela de espuma en el tope, y el baño al fondo a la derecha.
Los zapatos correspondientes se entregan sólo si se los pide, y sus colores varían con el talle.. Los guardan en un cubículo semejante a los de fotografía instantánea, y si hay dos pares de un mismo talle no se si es mucho pedir.
Las canaletas por suerte son poco profundas, y los puntos se contabiñizan en un papel sin ningún tipo de intervención digital, un papel que hará de buen recuerdo en la agenda de alguna hermana menor.
Las pelotas, o bolas, tienen el mismo tamaño que una pelota de handball, y por eso se permite tirar tres veces, mientras el chico del fondo -con sus zapatillas deportivas y bermudas, y su cumbia a todo volumen- levanta los pinos del camino.
Hay música, pero es casi inperceptible y sale de un equipo de una sola pieza , plateado y con parlantes a los costados de la radio y pasacasette.
En el techo hay tableros electrónicos que por suerte no funcionan, y en el aire no hay olor a nuevo ni a aceite.
Junto a nosotros hay dos parejas de adolescentes que sólo podrían oertenecer a ese lugar: modales correctos, chistes suaves y ropa de estudiante de psicología de lo 90, jeans con cinturón blanco para sostener y suweters blancos de manga corta para el verano.
Los chicos toman Stella Artois, no sólo con maní sino con papas fritas que de seguro son cortesía de la casa.
El señor que atiende es igual a Lord Fellinor el de La espada en la piedra, nada más que sin sacudir el bigote. Siempre sonriendo, flaco como miembro de Sui Generis y dispuesto a responder cada oregunta con avidez académica. Este señor es dueño de un lugar capaz de llenarte completamente de sencilléz. No es casualidad que al salir sonriendo y en familia se pregunte una para qué existen artilugios tan complicados si en el corazón de Mar del Plata hay un lugar capaz de llenarte hasta siempre y dejarte lista para quedarte dormida contra la ventana del aunto camino a casa por la costa,
Y pensar que Olmedo terminó sobre un pastito en un hotel a pocas cuadras.

jueves, 21 de febrero de 2008

La infracción

A quien corresponda,
El día 19 del corriente mes yo, Lucía Salas, cometí una infracción de tránsito conformada por estacionar en contramano y una violación de la ordenanza municipal 4914/94 en el Pasaje Salta 407, a las 20:05 hs. Siendo menor de edad, la responsabilidad de esta infracción por mi cometida recae sobre mis padres y, más específicamente, sobre su vehículo, una camioneta Toyota de patente BQB 117.
Por la presente pido mis disculpas ante el hecho ya que si bien, como conductora responsable, debía estar al tanto de que está prohibido estacionar en pasajes, no conocí esa norma hasta el día después de efectuada la multa. Tampoco estaba al tanto de la dirección de aquel pasaje, contraria a la que yo había tomado, pero reconozco que ese es un error de atención, ya que de haber recorrido unos metros podría haber vislumbrado la señal que así lo establecía. Pido mis más sincerar disculpas ante los hechos y prometo que en el futuro no volverá a ocurrir, ya que ahora, pasado el hecho, estoy al tanto de que lo que hice representa una infracción de tránsito grave.
El motivo de mi falta fue la visita de una amiga que reside en ese pasaje. Al entrar en él, no me percaté de que estaba en contramano, y al ver tantos autos estacionados en ese sentido y en ese lugar, supuse erróneamente que lo que estaba haciendo era legal. Visito a esta amiga esporádicamente, y en cada ocasión me encuentro con autos estacionados en estas condiciones. Mis amigos que en esa oportunidad me acompañaban tampoco estaban al tanto de la situación, y es por eso que ninguno de nosotros hizo nada para revertirla, y es por eso que no pude evitar cometer una falta de la cual no estaba enterada.
Me disculpo una vez más por la falta cometida, prometo que no volverá a suceder, de esa forma o ninguna que represente cualquier otro tipo de infracción de tránsito, y pido encarecidamente que mi falta no recaiga sobre mis padres, quienes me autorizaron a poseer un carnet de conductor.
Muchas Gracias,
Lucía Salas

martes, 19 de febrero de 2008

Películas

Si miramos en escencia, mirar una película es como mirar la pared
te quedás mirando sin hacer nada, mirando la pared
es más o menos como cuando te imaginás algo en tu cabeza mirando la pared
nada más que al revés, la pared se está imaginando algo y lo reproduce en tu cabeza
es muy loco

sábado, 16 de febrero de 2008

Movés mi hamaca

Sabés que me pasa algo raro, porque la mayoría de la gente puede decir que mariposas en la panza esto, que la sangre a la cabeza aquello, que movés el mundo y qué se yo, pero yo descubrí que esas cosas no aparecen cuando deberían aparecer y legué a pensar que no existen en realidad, que alguna persona aburrida las inventó alguna vez, para más tarde el resto dijera sentirlas, por envidia o por inercia, hasta que alguna vez la mente -arma poderosa- las instaurara como una especie de sentimiento o impresión ilusoria que traspasara la piel de generaciones enteras, apareciendo al fin como verdades al estómago corriente.
Pero la verdad es que nunca pasé por este tipo de ilusiones, lo cual en un principio no me sorprendió, pero más tarde me aterrorizó al pensar que era totalmete incapaz de sentir.
Por suerte y de golpe apareciste por ahí y nos empezamos a llevar muy bien,hasta besarnos de noche y de día, viendo películas, paseando, riendo y sonriendo desde adentro, ojo con ojo. Después de un tiempo me empezó a costar estar lejos tuyo, y te sentí tan cerca que me olvidé de las mariposas y todo eso, porque sólo llenaba mi tiempo recordando perfectos momentos.
Las ilusiones de cuerpo se esfumaron totalmente durante todo el invierno, y tuve que esperar hasta la primavera para darme cuenta de que lo mio nunca será tener el pelo erizado o las manos tibias, y ahora se con pelos y señales que te amo porque vos movés mi hamaca, si, vos movés mi hamaca en primavera, cuando está lindo y salgo a leer, o más bien a distraerme pensando en vos mientras estoy quieta en mi hamaca y de repente me estoy moviendo para atrás y para adelante, y no se si son mis pensamientos o tu aura o qué me empiezan a mover, y yo estoy segura de que no es el viento ni algún cambio de posición, yo te amo y vos movés mi hamaca y estoy tan segura como seguros están los de las mariposas de que no es el mate que les calló mal.

miércoles, 13 de febrero de 2008

Árboles cuadriplégicos, Por Agustín Lostra y Lucía Salas

Árboles cuadriplégicos, con suspensión detenida, sus brazos helados.
La ropa verde se les cae de a poco, pero no tiemblan.
Permanecen desnudos, pero no hay miedo en sus nudos.
Parsimoniosamente recobran sus tejidos de uranio
Entre ramas de plomo y raíces de papel
Hasta que el viento helado que forma estalactitas de luz
Les devuelva su aspecto huraño
Y su cabello de anciana pelada,
Otoñal.
Carambola

Lugar común, la peluquería

¿Por qué la aguja en el pajar? ¿Qué tiene que ver con una peluquería? ¿Y qué pasa que ahora hablamos de peluquerías acá? A muchas preguntas, la respuesta es simple. Cuando alguien dice “obra de arte”, tiende a asociarlo con una pintura, una escultura o cualquier otra obra de las artes plásticas. Algunos pensarán en una canción, que son los menos, y a algún otro se le ocurrirá a lo sumo una película o una fotografía. Pero ¿Qué pasa cuando el arte traspasa las barreras de lo tradicional y se mete en lo cotidiano? Fácil, lo ignoramos descaradamente.
El Arte (con mayúscula) está en todas partes y en todo momento. Un artista reconocido como tal sabe esto, pero el resto de la gente no, y menos que menos sabe que ellos mismos, comunes como se ven, son capaces de crear las más bellas obras de arte. Es casual escuchar “es un artista” como si en verdad se refirieran a personas espiritualmente más elevadas, pero así como las agujas en los pajares, los artistas y sus obras no son tan difíciles de encontrar.
La peluquería tiene mala fama: es la viva imagen de la frivolidad, donde el culto a la apariencia y al chismerío conviven bajo un solo techo. Pero por mucho que se la critique, es un lugar común, hasta el más intelectual o el más metafísico tiene que pasar por ahí algunas veces por año.
Se crea o no, la peluquería es una de esas agujas perdidas, además de ser un lugar de paso obligado para todos. Entonces ¿Por qué no tener una mejor concepción de ella? Bueno, esta tarea es fácil, se encariña uno un poco más con el edificio y las personas que trabajan ahí, va más seguido, charla un rato y listo, pero ¿Se podrá reconocer como un arte?
El corte, teñido y peinado del pelo se considera un servicio por el que se paga una tarifa, pero va mucho más allá de la realización de un trabajo. Hablando con una peluquera pude esclarecer mi duda de si la peluquería es un arte o no. “Un peinado tiene colores y formas (me dijo una de las chicas que trabaja en la peluquería que visito a veces), es tridimensional como una escultura. Para hacerlo hay que aprender mucho, en la teoría y en la práctica, y sobre todo hay que saber leer la cara de la clienta. Una se comunica con ella por el espejo. Así se sabe si está quedando satisfecha, si tiene miedo o desconfianza, si le duele. Muchas son muy tímidas, no hablan y después se van desconcertadas. Nuestro trabajo es crear cosas que agraden, que hagan sentir bien. Para eso hay que cuidar hasta el último detalle, si tiene un evento, si vino de rutina o si está deprimida y quiere verse bien. Trabajamos muy exigidos, una sola vez una se casa o cumple quince años, por lo que todo tiene que estar perfecto. A demás, no sólo sobre el pelo se trabaja, hay que cuidar lo que está adentro y afuera de la cabeza. Muchas mujeres vienen deprimidas y lo primero que quieren es verse bien para sentirse bien, nosotras las ayudamos con esto”. Una señora a la que le estaban lavando la cabeza contó que cuando su marido murió, ella dejó de ir a la peluquería (iba semanalmente), pero un día se preguntó “¿Por qué no voy a ir?”. Fue, salió después de mucho tiempo de estar en su casa, y se sintió mejor, contenta y sobre todo bien consigo misma. Las puntas no se florecen solo en el pelo, también hay que cortar las puntas florecidas del alma.
Si Eric Fromm dijo que amar es un arte, salvando las distancias, ¿Por qué no lo va a ser ayudar a las personas a sentirse bien? En Trelew es así, la peluquería es un lugar de contención. La chica con la que hablé viene de Buenos Aires, y dice que allá nadie se interesaba por lo que le pasaba a las clientas. Acá es diferente, no sólo uno se ocupa de ellas sino que ellas también se ocupan de uno, te preguntan cosas, te ayudan. Entre peluqueros las relaciones son profesionales, pero con las clientas, la relación excede los límites del servicio, se crean lazos muy fuertes.
El arte y la cultura (usando mal la palabra) no son sólo para los entendidos. Usemos los términos en su justa acepción, sobre todo para cultura cuya definición fácil es todo lo que el hombre hace en sociedad. Cortar y que te corten el pelo ¿No es algo que el hombre hace en sociedad?
Si bien Einstein no se peinaba jamás, Victoria Ocampo podía pasar mucho tiempo frente al espejo. Para algunos, la peluquería puede parecer una frivolidad pero ¿No será un prejuicio un poco carente de fundamentos?
Puede que la peluquería no esté dentro de “lo que vendrá” en el arte, pero no por eso hay que desvalorizarla. Para algunos, el pelo es lo mismo que un lienzo, y no creo que haga mal de vez en cuando mimarse artísticamente y unirse al celebrado “¡muevan las cabezas!” de don Roberto Giordano.

Publicado en el suplemento ocio creativo, 2006

¿qué comemos hoy?

La pregunta del millón. En todas las casas, al ver que se aproxima la hora de la comida, nunca falta alguien que lo pregunte. Sobre todo en los hogares en los que viven chicos, las horas del almuerzo y la cena constituyen horas críticas para todos los cocineros. Quién no habrá pensado alguna vez “si fuera por mi no comería nada, pero los chicos…” y termina pidiendo algo a domicilio. Pero no se puede vivir de lo que cocinan otros, o por lo menos o se puede si se quiere mantener una economía modesta y una figura de verano. Tarde o temprano, todos tienen que pararse frente a las hornallas, el horno o el microondas.
Cuando se piensa en quien cocina, lo primero que viene a la mente es una mujer con un delantal amasando algo. ¡Qué machista! Cuantas veces habremos escuchado la frase “andate a lavar los platos” u otras relacionadas con las tareas hogareñas, sobre todo de los hombres que manejan, mal o bien, en especial de los que manejan mal.
Hoy en día, estas frases ya no tienen vigencia, aunque se siguen escuchando. Ya no es la mujer la que se queda en casa a cocinar, limpiar y cuidar a los hijos. La idea es otra, si a todos nos gusta comer, entonces todos tenemos que cocinar.
Créanlo o no, hay personas (y muchos son hombres) que disfrutan cocinar tanto como comer, o aun más. Centrémonos por un momento es estas personas excepcionales, chef, cocineros por hobbie, salvadores de la cena del domingo, expertos en postres, preparadores de leche chocolatada, tostadas con manteca, asado y demás, pero sobre todos, en los chef profesionales.
Charlando con un chef, me explicó que la cocina profesional empieza cuando se decide investigar el porque de las cosas en la cocina. Los cocineros de antes tenían los cómo, pero no los por qué, que son mayormente físicos y químicos.
Hablando un poco más, llegamos al tema de la creatividad en la cocina. A muchos les gustará saber cuánto de receta y cuánto de creatividad hay puertas adentro de una cocina. Los colores son muy importantes en la gastronomía, tanto para el chef como para el comensal. Negro significa glamour, rojo está relacionado con la sexualidad, verde elegancia, entre varios. Las combinaciones de colores entran mucho en la cocina afrodisíaca, que no lo es por los ingredientes sino en realidad, por las texturas y los colores del plato. Sugestión pura. Sino, pregúntenle a Isabel Allende, o a Laura Esquivel.
Dentro de los colores también hay pautas clásicas, pero eso no significa que no puedan traspasarse. En gastronomía, las reglas están hechas para romperse y así es como surgen los mejores platos. Es sólo cuestión de animarse.
Los aprendices de cocinero pasan por una fase, una materia llamada “cocina de autor”. En ella se pone a prueba la creatividad y la capacidad del alumno de salirse de los límites. No es fácil animarse a romper las estructuras, no todos lo logran en el primer intento, pero no por eso se fracasa. En el ámbito culinario siempre hay lugar para una segunda, tercera, cuarta, infinidad de oportunidades.
El aprendiz que no sea creativo no necesariamente se quedará sin trabajo, porque para que le pidan crear un plato propio en el restaurant en el que trabaja debe haber trabajado allí un buen tiempo, además, el jefe de cocina tiene que ser alguien abierto a las nuevas posibilidades, que vea a sus compañeros como iguales, no como inferiores. En nuestra ciudad esto es algo muy común. Los cocineros se ven como iguales y suele dárseles oportunidades a los aprendices para crear cosas propias y hasta ponerlas en el menú. Pero estos intentos no siempre salen bien, puede que el plato termine no siendo agradable al gusto o que el alumno aún no haya desarrollado la capacidad de crear algo nuevo. Si esto sucede, el alumno tiene siempre una nueva chance. El cocinero que está a cargo siempre considerará el intento y probará más tarde, dejando tiempo para que el alumno pueda madurar su capacidad creativa. En la cocina, la única forma de aprender es equivocarse.
No todo está en la combinación de colores y texturas. Los chef disfrutan por igual todos los pasos a seguir a la hora de crear un plato. Les gusta estar en la cocina, manipular ingredientes, estar bien en contacto con la profesión. Pero como todo, siempre es mejor ser el que da las órdenes. Como la creatividad, el liderazgo también se aprende y es una capacidad que tarde o temprano todos deben desarrollar.
Hay que tener en cuenta que para un cocinero, la cocina es la que trae el pan a su mesa, y como tal tiene que responder a las exigencias del cliente. Cada profesional puede crear dentro de las pautas del comensal. Pero la creatividad no está sólo en combinar los colores y las texturas en un plato, para que quede estéticamente agradable, también hay que saber hacer frente a la escasez, poder crear el plato que el cliente pide con las cosas que hay en la cocina, porque como en todos los ámbitos, no todo el material está siempre disponible. La capacidad de resolver estas cuestiones es gracias a la práctica y a la enseñanza que se tuvo, cada uno sabe que no puede ponerle azúcar a un pollo, pero es en un contexto de escasez donde a nuestro chef le salen esas cosas deliciosas que después no aparecen más.
Cocinar es un verdadero arte. Es hermoso y gratificante, lo que se llama una profesión noble, antigua y totalmente necesaria. No sólo se trata de preparar recetas que puedan gustarle al resto. Implica alto grado de creatividad, autorrealización y perseverancia. La gastronomía apunta a exaltar todos los sentidos. Un chef, como un pintor, sabe como combinar las texturas y los colores para crear algo nuevo, original, que junto con los olores y sabores conforman algo irresistible, estimulante, una verdadera obra de arte. Se me hace agua a la boca…
¿Quien diría que en una obra de arte pueden reunirse cuatro sentidos? Cinco, si agregamos el arte de la buena conversación.
Les recomiendo no abstenerse de los frutos de este arte maravilloso que tantas gratificaciones nos trae a todos, citando a Isabel Allende:
“Me arrepiento de las dietas, de los platos deliciosos rechazados por vanidad.”
¡Panza Llena, corazón contento!

Publicado en el suplemento ocio creativo del diario jornada, 2006

Oda a la cola del banco

Hay un lugar al que todos tenemos que ir. No me refiero a ningún lugar místico que simbolize la muerte ni nada de eso, sino al banco. Quierase o no, la cola del banco es el destino inevitable de cada uno de nosotros y llena gran parte de nustras vidas.
Sartre habló de nuestra condena a la libertad pero, ¿alguien pensó alguna vez en nuestra condena a la cola del banco?. Varias mañanas al mes los más afortunados, o a la semana los menos, deben pararse frente a las puertas de algún banco, aguantar la respiración, intentar no pensar en cuánto tiempo de nuestras vidas desperdiciamos ahií y entrar para ver el cúmulo de gente que se amontona, porque no importa que tan temprano lleguemos, siempre hay demasiadas personas.
Una vez en la fila, nos dejamos llevar por el sueño, total, estoamos al final. Lo único interesante que puede pasar es que la fila avance, pero esto pasa una vez cada mil años. Mientras tanto, algunos duermen, otros hacen malabares con los cientos de papeles que llevan y que sacaron del portafolios demasiado pronto, otros observan, recelosos, los alrededores, uno que otro charla, pero todos piensan en lo molesto que es hacer eso todo el tiempo.
Ya pasado un rato uno se va mimetizando con el entorno, y es por eso que mientras más nos acerquemos a la ventanilla, más uniforme parece la fila. La excentricidad espera al final.
Cada vez que un nene chiquito entra, sin importar su edad o si está haciendo ruido o no, los miembros de la gran fila dan vuelta los ojos, ponen cara de disgusto y piensan “lo que me faltaba”. Otro efecto tiene, sin embargo, alguna señorita que si bien hace un ruido diez veces mayor al de el pobre pequeño, no recive quejas de lo más mínimo al ponerse a hablar escandalosamente. Pero claro, el tamaño de las piernas de la mujer y el niño también guardan una proporción de diez a uno.
Pero cuidado, que no es bueno meter a todas las filas en una sola bolsa. Hay diferentes bancos, y con ellos, diferentes filas. Los bancos más populares están siempre abarrotados de gente. No se puede respirar y todo el mundo emite sus quejas a un volumen considerable, hay mayor cantidad de niños, señoritas y mirones. Pero en los otros bancos, las colas son más fashion. Las caras son largas, pero son menos y muestran más aburrimiento que enojo. Resulta interesante descubrir como esa gente, que seguramente se considrea muy educada, le dirige a una miradas descaradas, sin preocuparse de si a una le molesta o no. Y cuando la situación llama, finalmente, la atención del guardia, éste pregunta cordialmente que se me ofrece. “Estoy mirando nada más”, una respuesta un tanto bochornosa.
Después de varias observaciones, llegue a la conclusión de que pertenecer a la cola de un banco puede ser más divertido de lo que parece. Aunque no lo crean, el escenario es muy pintoresco y ofrece un entretenimiento inusual e interesante. No es bueno escuchar conversaciones ajenas, pero dado que no puede evitarse, puede resultar hilarante oir fragentos de diversas charlas y hacer una propia interpretación del tema. También, con sólo observar, siempre esta al alcance de nustros ojos alguna imagen insólita, como puede ser algun elegante caballero urgando su nariz o un serio empleado jugando con su silla giratoria. La gente hace cosas increibles cuando cree que nadie la ve.
Los colores y los sonidos de las colas de los bancos tambien son estimulantes. Al prestar mucha atencion (y con un poco de sugestión) se puede escuchar alguna melodía entre los sonidos de los sellos, y acompañada por los colores de las ropas y los ecos de las voces, tenemos un musical como cualquier otro.
Al final, puedo decir que no creo que en este mundo existan muchas cosas tan interesantes como las filas de los bancos, y dudo que hayan escenas que combinen tan bien el exceso y la falta de civilización. Tal vez sea un punto de vista absurdo y poco razonable, pero puede ahorarles a todos más de un disgusto a la hora de pararse frente a las puertas del banco.

2006

Las Rimas de Bécquer

Romanticismo. Una época sin matices, siempre situada en los extremos, desvariando entre el placer y la agonía sin límites, sin poder encontrar una salida, sin querer encontrar una salida, sin siquiera buscar una salida. Esta es la época en la que vivió Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870), autor de las rimas, chico huérfano de padre y madre, hombre pobre, amante rechazado, esposo engañado, hermano de un muerto y aun así, Bécquer, que vivió en la época del suicidio, no se suicidó.
El mundo le aburre con su monotonía sin fin en un verso, en otro ha vivido cien años, otro dice que sufrirá hasta el infinito pero luego nos dice que ni el dolor es para siempre. A veces vivir es sufrir y otras es comer, reventar y roncar hasta más no poder. Inconformidad parece su lema, nada le viene bien. Puede estar buscando el amor eterno en diez rimas seguidas pero luego remata con una undécima, que dice “amémonos hoy mucho, y mañana digamos ¡Adiós!”. Inconformidad parece ser su lema.
A lo largo de las rimas, Bécquer nos lleva de la alegría al llanto sin reparar en lo esquizofrénico que esto resulta. Va de blanco a negro con tal facilidad que uno podría decir “este hombre esta muy, muy enfermo”, y luego leer la claridad de sus versos, la perfecta rima interna, el manejo de los colores, las texturas, las luces, las sombras o los mismos sentimientos, que le dan armonía a algo totalmente descabellado y pensar “este hombre es un genio, y quien le dijera loco, loco está”. Con sus excesos de romanticismo nos convierte a nosotros, no románticos, en personas extremistas, odiadas y amadas, aburridas y atareadas, sufridas y relajadas, locas y estructuradas, llenas de ira pero apaciguadas, jóvenes y avejentadas, muertas y vivas para terminar en un remolino que nos deja sin sentido, perdidos en un montón de palabras y sin saber que pensar o que sentir, porque en su última palabra nos llamó máquinas, mezquinas y falsas.
Y como si fuera poco, a demás del efecto de las palabras están las imágenes, tan bien descriptas que sin hacer ningún esfuerzo se pueden ver. Ves pupilas en todas partes, flores, calles y tumbas que te tragan con su tierra y te escupen en un banco donde suena un beso, para después aparecer en una costa y querer tirarte al mar, mientras los marineros te hablan y te hacen ver que ya lo hiciste todo y que nada tiene comparación con vos, sos un genio, hasta que te das cuenta de que del mundo sos lo peor, no hay nadie más mezquino, más odiado, más lleno de ira, y querés volver al mar. Y te marea, porque dejaste de respirar. Tantas cosas juntas no podés digerir.
Es impresionante como se puede hacer tanto en tan pocas palabras, no cabe en la mente de nadie que en ochenta y siete rimas quieras vivir y morir tantas veces, y que te mueras de asco o que te mueras de amor, porque te describen un muerto con los ojos duros e hinchados pero te cantan al oído secretos que todavía no conocés, para después decirte que por exceso de orgullo, no podía ser.
Cuando estás perdido probás todo para salir, y en todo fracasas, hasta que llegás a comer hasta reventar o reventar por no comer, y a no saber de dónde venimos, ni a donde vamos, ni que vamos a hacer.

2006

Los árboles mueren de pie, Alejandro Casona

¿Qué serías capaz de hacer por un ser amado? Esta pregunta es fácil, todos sabemos la respuesta: lo que sea necesario para que sea feliz.
Eso está muy bien pero ¿y qué tal por un completo desconocido? Ahí, honesta y lamentablemente, a muchos nos surgen dudas.
Los árboles mueren de pie es la obra del dramaturgo Alejandro Casona, nacido en una aldea cerca de Asturias en 1903, y fallecido en Madrid en 1965. Casona fue también autor de La sirena varada (1929), Prohibido suicidarse en primavera (1937), Romance en tres noches (1938) y Las tres perfectas casadas (1941), entre otras. Casona presentaba un optimismo sano y desenvuelto a la hora de enfrentar la vida y el papel, además de una jocosidad envidiable: tanto es así que su verdadero nombre es Alejandro Rodríguez Álvarez, pero decidió cambiarlo por el pseudónimo Alejandro Casona por haber pasado su juventud en una casa de gran tamaño.
Este hombre de la casa grande ambienta su obra en una oficina en la que los empleados, como todos hoy en día, están ahogados por el apuro y el stress. Pero esta oficina no es lo que se diría, típica. Lejos de ser los horarios bancarios o las fechas de entrega de informes, lo que preocupa a los trabajadores es la falta de felicidad, y sobre todo, de sonrisas en el mundo.
Con esta obra, Casona nos presenta un nuevo tipo de caridad, diferente al que se compra con dinero y se ocupa de los males del cuerpo. Casona nos trae una caridad distinta: caridad del alma, para el alma.

Mauricio: - De los males del cuerpo ya hay muchos que se ocupan. Pero ¿quien ha pensado en los que se mueren sin un solo recuerdo hermoso?, ¿en los que nunca han visto realizado su sueño?, ¿en los que no se han sentido estremecidos nunca por un ramalazo de misterio y de fe? No sé si empieza a ver claro.

El director de esta agencia, un loco que sabe bien su tema, se vale de fantasías para crear ilusiones, magia para sembrar alegría y mentiras, para crear realidades.
Mientras el director pone en marcha este verdadero circo, entran en escena una joven desesperada y un viejo, en el mismo estado. A partir de esto, se pone en marcha la misión más difícil de todas, en la que se intenta remendar el corazón de una abuela sin nieto, pero con el pasar del tiempo, es una nieta la que necesita de una abuela y un nuevo corazón.
Así es como el autor va planteando un juego de doctores y pacientes en el que muchas veces se revierten los roles. Sus personajes son personas movidas por el altruismo, de las que pocas quedan en el mundo. Pero hasta con la mejor voluntad, todos sabemos que la mentiras tiene paras cortas, y no olvidemos que en esta organización, la voluntad y las mentiras abundan. Jugar con la verdad es algo peligroso: las mentiras, aunque blancas, son mentiras aún, y siempre es doloroso cuando salen a la luz.
Cuando uno vela por la felicidad de los otros constantemente, es inevitable alguna vez olvidarse de uno mismo. El altruismo sin medida puede hacernos creer que la única fuente de felicidad es la alegría ajena. Así, el alma se va marchitando, pero por fuera queda intacta, como los árboles, que mueren de pie.
Esta obra es perfecta para los que están llenos de fantasías, porque en ella, la fantasía triunfa sobre la realidad. Para aquellos que creen que todo es posible si se tiene fe, recomiendo esta obra de caridad, trabajo duro y desesperada búsqueda de amor.
Pero sobre todo, se la recomiendo a los árboles, a esos gigantes que todo lo intentan y todo lo pueden, que caminan a diario por las calles, casi en silencio: lo único que se escucha de ellos es el susurro del viento en sus hojas, mientras mueven el mundo sin ser oídos, sembrando alegría donde nadie la conoce. Para esos hombres y mujeres que aparentan felicidad en tiempos de profundo dolor, esta obra es perfecta.

“Isabel: - No te reconozco. Oyéndote hablar el primer día parecías un domador de milagros, con una magia nueva en las manos. No había una sola cosa fea que tú no pudieras embellecer, ni una triste realidad que tú no fueras capaz de burlar con un juego de imaginación. Por eso te seguí a ojos cerrados. Y ahora llega a tu puerta una verdad, que nisiquiera tiene la disculpa de su grandeza... ¡Y ahí estas frente a ella, atado de pies y manos!

Plantar un árbol, tener un hijo, escribir un libro. Parece que con esta obra, Alejandro Casona mató dos pájaros de un tiro, ¿No?, plantando tantos árboles en su libro.

2006

La casa de los espíritus, Isabel Allende

Para muchos, la familia es una institución sagrada, pero en esta obra, es mucho más que esto: es la maqueta de un país entero.
Desde principios de este siglo hasta la vuelta a la democracia, La casa de los espíritus nos lleva a un espacio que ocupa un poco más que 4 simples paredes.
El escenario de la novela de Isabel Allende, nacida en Chile en 1942, sobrina del legendario Salvador Allende, es un país latinoamericano en el siglo XX, visto desde una familia de clase alta, con integrantes por demás peculiares.
Mientras recorremos las páginas que brotaron de nuestro propio suelo, conocemos a la familia Trueba, que mucho nos recuerda a los Buendía en Cien años de soledad de Gabriel García Márquez.
No soy de los de la idea de que Allende tiende a plagiar descaradamente al escritor colombiano, sino que creo que esta obra es una creación única e interesante que, tal vez, contiene algún eco de una lectura previa, algo que, según otro gran escritor, Jorge Luis Borges, sucede en todos los libros.
En esta obra, a diferencia de la antes nombrada, el árbol genealógico es simple. Sólo conocemos maridos y mujeres, abuelos y nietos, padres e hijos y tíos y sobrinos. Clara y Esteban Trueba, marido y mujer, comienzan una familia en la que, desgraciadamente, el pasado tiendo a repetirse.
Empezando con la madre de Clara y terminando con su nieta, quien termina la historia, y también la comienza, podemos apreciar la evolución del feminismo en el siglo pasado, comenzando en mujeres admiradas por su belleza, pasando por damas de sociedad promoviendo ideas sindicalistas y terminando en jóvenes que lucharon por la democracia, y fueron vilmente torturadas. El lugar que ocupan las mujeres en esta obra es fuerte y poderoso: muestra mujeres caritativas, apasionadas, luchadoras y fuertes. Mujeres empiezan esta historia, y mujeres están ahí para terminarla.
Que se cuente la historia de toda una familia por varias generaciones nos hace darnos cuenta, enseguida, que es imposible que haya un solo narrador que cuente su historia, en primera persona, y nos hace pensar, tal vez, en un narrador omnisciente. Lo peculiar de esta novela es que, efectivamente, está narrada en primera persona, pero no es uno solo el narrador, y este cambia dependiendo de la versión de la historia o el punto de vista que se quiera trasmitir. Este constante cambio de narrador nos hace pensar en cómo, de alguna forma, se puede trascender a través de la descendencia, y como muchas voces pueden contar la misma historia, con un toque diferente.
Clara, de pequeña, escribe todo en unos cuadernos de escribir la vida, pero ella en ningún momento se convierte en la narradora de la historia. Su personaje es diferente a los otros, su mente es inalcanzable, y ella es el eje principal de la historia, ya sea estando corpóreamente presente, o no. Ella, con sus poderes telequinéticos y sus espontáneas adivinaciones del futuro es quien trae a los espíritus a la casa, y allí quedan. Aunque su objetivo verdadero sea velar por la familia de Clara, puede ser que sea al revés, que la familia sea quien vela por ellos, ya que sin alguien que los sienta y los reconozca, ellos quizás nunca hubieran existido.
Dicen que hay cosas que sólo ven los que pueden soportar su presencia. Nacer y vivir con alguien que mueve cosas sin tocarlas y convoca gente muerta debe dar a quienes viven esta situación una gran fortaleza, que parece acentuarse en las mujeres Trueba, que están, como quien dice, curadas de espanto. Quien conoce mucho, sólo teme a los vivos, y son los vivos quienes siempre tienden a dañar a los miembros de esta familia.
Clara es el espíritu indomable presente en la familia, en cambio, Esteban es el ente regulador, que prohíbe todo, pero no permite juicios sobre él, aún siendo el más carnal de los pecadores. Ya anciano, su mezquindad poco acertada y su rol de terrateniente y político cruel, tiene su recompensa, y cuando su alma comienza a encogerse, digamos que ni su propio cuerpo puede llenar sus zapatos.
En la novela, Allende nos habla de cómo la sabiduría y el éxito residen en quienes rompen los esquemas y ven más allá, pero sin olvidar lo bueno de las tradiciones. Así, en la época de los compañeros huelguistas, un hombre nos cautiva con sus baladas sobre gallinas que, bien organizadas, pueden vencer al más sagaz de los zorros. Lamentablemente, tanto en la vida real como en la ficción, muchas gallinas pagaron la búsqueda de una vida mejor, algunas con la muerte, otras con el exilio del gallinero, y durante muchos años, las gallinas, sus familias, o lo poco que quedó de sus vidas pasadas, quedaron callados.
Durante la época del gallinero, la historia de los Trueba decidió repetirse, y fue la nieta quien pagó con sangre propia la derramada por su abuelo, y la que cobijó en su propio vientre, el fruto de las injusticias cometidas por él. Se llena una de escalofríos al recorrer las páginas que corresponden a los años de la dictadura, a la agonía de los valientes, y a la muerte de muchos ellos. Pero lo peor es que, como todos sabemos, en este caso la realidad superó, por mucho, a la ficción.
Aun siendo muy joven, sin haber vivido ninguno de los acontecimientos narrados en la novela, cuando la leo y la releo, siento que estoy ahí, veo lo que pasa y ruego por que termine. Cuando uno lee una crónica o Nunca más, por ejemplo, entiende la gravedad de los hechos, pero en esta novela, es muy distinto. Aunque no sean personajes reales, uno sabe que alguien, alguna vez, vivió algo así, y al haberlo seguido durante tantas páginas, es imposible no sentirse identificado, cerca de él. Cuando sabemos que es ficción, tal vez tenemos una mayor noción de la realidad que cuando leemos textos verídicos. Es una forma distinta para los que no lo vivimos, o tal vez para lo que lo vivieron de una forma diferente, de entender y asimilar hechos tan terribles y tan reales a la vez.
Después de leer la obra me siento, siendo mujer, orgullosa y afortunada.
Orgullosa de tener el mismo género que esas personas que alguna vez lucharon para que hoy, estemos en el lugar que estamos. De pertenecer a un grupo que combina las dosis perfectas de pasión e intelecto necesarias para conseguir todo lo que se quiere, y de querer todo lo que se consigue. De tener madre, abuela o hermanas y ver cuánto nos parecemos, y también cuán diferentes somos, y cómo juntas somos una sola, pero a la vez, somos muchas.
Orgullosa sobre todo de que haya sido una mujer quien haya escrito una novela tan impactante, y que luego esa misma mujer sea puesta entre los grandes, que hasta el momento, eran en su mayoría hombres. Lo increíble es eso, que las mujeres trabajen para el bien propio, pero siempre que logran algo, reconocen que el crédito es de todas, no les importa compartir lo suyo con las demás porque saben que cada una, desde su propio espacio, contribuyó a ese momento. Isabel Allende dedicó esta historia A mi madre y las otras extraordinarias mujeres de esta historia.
No quiero decir con esto que la novela sea sólo para mujeres, no. A todos les llegará un momento en el que se sientan identificados, o de no ser así, conmovidos. Ya les haya tocado ser zorros o gallinas, o sus padres o hijos, todos entramos en la familia Trueba, con sus viejas tradiciones o sus nuevos cambios, porque al final, todas las casas están llenas de espíritus, nada más basta con saber ver, escuchar, y sobre todo, interpretar y sentir.

Concurso del centro cultural de Trelew, adultos, año 2006 bajo el pseudónimo de Clara Clarividente