Se levantó y salio de su casa antes de que siquiera se aclarara el cielo. A esa hora se movía en piloto automático, dejando toda la energía circulante para ser usada en su cerebro. Esperar en la parada, pagar, subir, bajar, caminar, esperar, subir, pagar, todo inconsciente, más inconsciente que rascarse la cabeza, más que dilatar los alveolos. La única actividad del cuerpo es que podía centrar atención era en encontrar un lugar, gran parte de su cerebro estaba avocada a eso, hallar un asiento, cueste lo que cueste. Una vez sentada podría apagar el cuerpo por completo, dejarlo dejarse descansar contra la silla y hundirse en su mente.
Por suerte lo logró con rapidez, ya había adquirido gran maestría en la cuestión, pero una vez posada de lleno en el asiento se sorprendió de lo mucho que podía sentir su cuerpo, sus manos y el peso de los anillos, sus pies en contacto con las botas, el pecho subiendo y bajando bajo la remera. Sentía la presencia del pelo muerto sobre el cuero cabelludo, cada forma, cada hendidura, el largo de sus uñas, sentía sus propias bolsas debajo de los ojos, la boca pastosa por la madrugada, los dientes lisos, la garganta seca. Sentía tanto que llegó a pensar que era la mente la que era ajena a todo. Sentía en especial los ojos, y todo lo que tenía contacto con ellos. Veía todo, captaba todo, cada movimiento imperceptible del resto de la gente, la ciudad moviéndole por la ventana, las carteras y portafolios bronceándose por todos lados. Comenzaba a alarmarse cuando se regularizó la situación. Comenzó con los pies, las rodillas, pero no de abajo hacia arriba. Dejó de sentir gradualmente con todo el cuerpo, como si se apagara la hipersensibilidad en la que estaba sumida. Respirar ya no fue una actividad mental, mucho menos pestañear.
Pero, como era de esperarse, se pasó al otro extremo, y no tardó en dejar de sentir que estaba sentada, vestida, que estaba en un colectivo en movimiento. Su mente tomó total control de todo y lo último que sintió fue su nervio óptico y sus ojos fijos en la ventana, observando el camino, mirando hacia afuera, que ya estaba por aclarar.
Al final, solo atinó a preguntarse:
-¿A donde voy?
No se, pero tu cuerpo ya se levantó para bajarse del vehículo y tu vista sigue fija en la ventana.
2 comentarios:
Cómo te rateaste de la facultad hoy nena...
que bien que escribís, seguí así y en un par de años encontramos un muy buen libro tuyo en todas las librerías
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