martes, 26 de febrero de 2008
Bowling Confitería Club Atlético Quilmes
En Luro 3852, Mar del Plata, hay un bowling que se hace llamar Club Atlético Quilmes. Este es un bowling de antes, como debe ser, con ventanales cuadrados y luces ténues de neón que rezan Quilmes y Cabrales en rojo y azul, con tubos poco oscuros en el centro. En él hay un bar de botellas en la pared, botellas de bebidas memorables que sie estuvieran llenas asemejarían cualquier esmalte de colores claros seco, demasiado añejadas para tomarlas en esas mesas de 1 m2, con sillas marrones de caños redondos, forradas de terciopelo rojo.
También hay fichines, el Street Fighter uno por si alguien duddaba de su existencia, el tetris y el infaltable Wonder Boy, con records de la misma persona, todos junto a una mesa de pool llena de vasos de cerveza caliente y una estela de espuma en el tope, y el baño al fondo a la derecha.
Los zapatos correspondientes se entregan sólo si se los pide, y sus colores varían con el talle.. Los guardan en un cubículo semejante a los de fotografía instantánea, y si hay dos pares de un mismo talle no se si es mucho pedir.
Las canaletas por suerte son poco profundas, y los puntos se contabiñizan en un papel sin ningún tipo de intervención digital, un papel que hará de buen recuerdo en la agenda de alguna hermana menor.
Las pelotas, o bolas, tienen el mismo tamaño que una pelota de handball, y por eso se permite tirar tres veces, mientras el chico del fondo -con sus zapatillas deportivas y bermudas, y su cumbia a todo volumen- levanta los pinos del camino.
Hay música, pero es casi inperceptible y sale de un equipo de una sola pieza , plateado y con parlantes a los costados de la radio y pasacasette.
En el techo hay tableros electrónicos que por suerte no funcionan, y en el aire no hay olor a nuevo ni a aceite.
Junto a nosotros hay dos parejas de adolescentes que sólo podrían oertenecer a ese lugar: modales correctos, chistes suaves y ropa de estudiante de psicología de lo 90, jeans con cinturón blanco para sostener y suweters blancos de manga corta para el verano.
Los chicos toman Stella Artois, no sólo con maní sino con papas fritas que de seguro son cortesía de la casa.
El señor que atiende es igual a Lord Fellinor el de La espada en la piedra, nada más que sin sacudir el bigote. Siempre sonriendo, flaco como miembro de Sui Generis y dispuesto a responder cada oregunta con avidez académica. Este señor es dueño de un lugar capaz de llenarte completamente de sencilléz. No es casualidad que al salir sonriendo y en familia se pregunte una para qué existen artilugios tan complicados si en el corazón de Mar del Plata hay un lugar capaz de llenarte hasta siempre y dejarte lista para quedarte dormida contra la ventana del aunto camino a casa por la costa,
Y pensar que Olmedo terminó sobre un pastito en un hotel a pocas cuadras.
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