En año nuevo
liberada
y feliz
sábado, 12 de enero de 2008
Pirámides
El living era un cementerio de botellas, todas asesinadas a la madrugada, peor no en vano: se llevaron a varios en el camino.
Las carpas estaban ladeadas y casi tan llenas de arena como la mesa, con su mezcla de arena y vodka. Una de las carpas había muerto con gente aun adentro, y fue el escándalo que provocaron el que hizo que uno a uno todos se fueran levantando, totalmente desmantelados.
Pero pudieron recordar al cobrador.
Se levantaron buscando desesperadamente algún recipiente con agua, agua y pastillas. Pero siguieron recordando al cobrador, con su talonario de colores.
Se ayudaron a salir de las carpas, se pasaron el agua y revisaron a los que no habían podido despertar aun, todo con la amenaza del cobrador en la nuca.
Al final, alguien dio el grito de salida: "¡El cobrador!", y bastó sólo eso para desatar el torbellino. Hombres y mujeres alborotados, vestidos como podían comenzaron a correr por el camino o a meterse en las carpas, aterrorizados. Algunos hasta osaron esconderse entre los tamariscos.
Se escucharon los pasos ingresando al campamento, pasos pesados del cobrador gordo caminando entre botella muertas, sillas tiradas , concervadoras llenas de hielo derretido y arena, arena por todas partes.
Avanzó decididamente hacia la carpa más grande, frente a la mayor necrópolis que había visto en su vida y luego, con infinito asco, observó la arena todavía mojada y llena de naipes españoles.
Dentro de las carpas, la gente contenía la respiración. El cobrador podía abrir la puerta en cualquier momento y cobrarles, cobrarles junto en ese último día.
Los que habían ido por el camino miraban de lejos, buscando a los secuases de aquel gordo que les había ocupado el campamento. Al rededor, todos los campamentos los imitaban en cadena, todos temerosos de sufrir la humillación de tener que pagar.
Pero los más osados, los de los tamariscos, no tenían miedo sino un plan.
Cuando el culo del envase le pegó en la sien, el cobrador no llegó a entender qué era lo que había pasado. Calló inmóvil sobre la carpa mayor y la dobló un poco antes de rodar al suelo. El charco de sangre que le salía de la cabeza se estaba mezclando con la arena y el vodka, formando una pasta oscura de lo más desagradable y viscosa.
Las chicas se impresionaron un poco, pero sabían que era lo mejor. Cada uno volvió a su carpa en silencio, a acomodar y digerir lo que había pasado. Cuando el cobrador colorado pasó y vio todo, no se atrevió a llamar a nadie, sabía de las ganas que tenían esos chicos de destruirlo a él también, sobre todo a él.
Terminaron de acomodar todo. Ahora pirámides era de ellos y ellos eran parte d pirámides, y sabían que, el año entrante, serían totalmente libres, sobre todo con ese talonario que les había quedado de trofeo.
Las carpas estaban ladeadas y casi tan llenas de arena como la mesa, con su mezcla de arena y vodka. Una de las carpas había muerto con gente aun adentro, y fue el escándalo que provocaron el que hizo que uno a uno todos se fueran levantando, totalmente desmantelados.
Pero pudieron recordar al cobrador.
Se levantaron buscando desesperadamente algún recipiente con agua, agua y pastillas. Pero siguieron recordando al cobrador, con su talonario de colores.
Se ayudaron a salir de las carpas, se pasaron el agua y revisaron a los que no habían podido despertar aun, todo con la amenaza del cobrador en la nuca.
Al final, alguien dio el grito de salida: "¡El cobrador!", y bastó sólo eso para desatar el torbellino. Hombres y mujeres alborotados, vestidos como podían comenzaron a correr por el camino o a meterse en las carpas, aterrorizados. Algunos hasta osaron esconderse entre los tamariscos.
Se escucharon los pasos ingresando al campamento, pasos pesados del cobrador gordo caminando entre botella muertas, sillas tiradas , concervadoras llenas de hielo derretido y arena, arena por todas partes.
Avanzó decididamente hacia la carpa más grande, frente a la mayor necrópolis que había visto en su vida y luego, con infinito asco, observó la arena todavía mojada y llena de naipes españoles.
Dentro de las carpas, la gente contenía la respiración. El cobrador podía abrir la puerta en cualquier momento y cobrarles, cobrarles junto en ese último día.
Los que habían ido por el camino miraban de lejos, buscando a los secuases de aquel gordo que les había ocupado el campamento. Al rededor, todos los campamentos los imitaban en cadena, todos temerosos de sufrir la humillación de tener que pagar.
Pero los más osados, los de los tamariscos, no tenían miedo sino un plan.
Cuando el culo del envase le pegó en la sien, el cobrador no llegó a entender qué era lo que había pasado. Calló inmóvil sobre la carpa mayor y la dobló un poco antes de rodar al suelo. El charco de sangre que le salía de la cabeza se estaba mezclando con la arena y el vodka, formando una pasta oscura de lo más desagradable y viscosa.
Las chicas se impresionaron un poco, pero sabían que era lo mejor. Cada uno volvió a su carpa en silencio, a acomodar y digerir lo que había pasado. Cuando el cobrador colorado pasó y vio todo, no se atrevió a llamar a nadie, sabía de las ganas que tenían esos chicos de destruirlo a él también, sobre todo a él.
Terminaron de acomodar todo. Ahora pirámides era de ellos y ellos eran parte d pirámides, y sabían que, el año entrante, serían totalmente libres, sobre todo con ese talonario que les había quedado de trofeo.
jueves, 10 de enero de 2008
Los cuartos
¿Que pasa con los cuartos cuando los hijos se van?¿Qué va a pasar con mi cuarto cuando lo deje, a llenarse de polvo?
Los hijos se van, se van lejos a buscar otros cuartos, llenarlos de otras cosas, de cosas del futuro. Se van a construir un futuro de paredes nuevas mientras sus cuartos, lejos en ese lugar que antes llamaban hogar se pudren con sus frazadas viejas, sus souvenires de cumpleaños de quince y sus cuadernos de primaria.
Nos vamos y al principio volvemos rápido, reconocemos el cuarto y lo volvemos nuestro otra vez. No pierden personalidad, los cuartos.
Volvemos y reconfortan nuestras viejas cosas, nos recuerdan lo que éramos y todavía, en parte, somos.
Pero pasan los años, las vueltas se hacen cada vez menores y los cuartos no pierden personalidad, pero nosotros ganamos. Quedan olvidados los posters, los cuadros, la ropa y hasta los diplomas. Y nuestros padres pasan de vez en cuando a regarlo, regar el recuerdo de sus hijos que alguna vez vivieron ahí, que alguna vez dieron portazos y dejaron todo desordenado, que lo quisieron pintar, escribir y hasta martillar, todo eso cuando aún vivían allí, hace años.
Pero los padres también crecen, y van cerrando la puerta de los cuartos para que no entre frio, para que no salga tierra, y dejan de regarlo, lo dejan ahí, olvidado.
Los cuartos de al lado también se secan, los hermanos también parten y los van dejando, todos con sus cosas pero sin sus dueños.
Esos cuartos que alguna vez alguien adoró, que fueron refugio de miles de canciones, esas puertas que sirvieron de aislante y los placards llenos de modas se secaron, y sus dueños ni los recuerdan ya, como en los primeron años, ya no vuelven a ver con recelo lo que fue cambiado, con nostalgia lo que dejaron en sus nuevos cuartos ni con alegría lo que encontraron tirado. Ya no
Y los padres, quierse o no, también mueren, o se mudan, y las pueden ser eternas, pero no las vidas dentro de ellas. ¿qué pasa con las cosas de los cuartos cuando no queda nadie en la casa?¿se los lleva el viento?
Los depósitos, todos los depósitos, son tristes por eso: por ser cementerio de cuartos y juventudes.
Los hijos se van, se van lejos a buscar otros cuartos, llenarlos de otras cosas, de cosas del futuro. Se van a construir un futuro de paredes nuevas mientras sus cuartos, lejos en ese lugar que antes llamaban hogar se pudren con sus frazadas viejas, sus souvenires de cumpleaños de quince y sus cuadernos de primaria.
Nos vamos y al principio volvemos rápido, reconocemos el cuarto y lo volvemos nuestro otra vez. No pierden personalidad, los cuartos.
Volvemos y reconfortan nuestras viejas cosas, nos recuerdan lo que éramos y todavía, en parte, somos.
Pero pasan los años, las vueltas se hacen cada vez menores y los cuartos no pierden personalidad, pero nosotros ganamos. Quedan olvidados los posters, los cuadros, la ropa y hasta los diplomas. Y nuestros padres pasan de vez en cuando a regarlo, regar el recuerdo de sus hijos que alguna vez vivieron ahí, que alguna vez dieron portazos y dejaron todo desordenado, que lo quisieron pintar, escribir y hasta martillar, todo eso cuando aún vivían allí, hace años.
Pero los padres también crecen, y van cerrando la puerta de los cuartos para que no entre frio, para que no salga tierra, y dejan de regarlo, lo dejan ahí, olvidado.
Los cuartos de al lado también se secan, los hermanos también parten y los van dejando, todos con sus cosas pero sin sus dueños.
Esos cuartos que alguna vez alguien adoró, que fueron refugio de miles de canciones, esas puertas que sirvieron de aislante y los placards llenos de modas se secaron, y sus dueños ni los recuerdan ya, como en los primeron años, ya no vuelven a ver con recelo lo que fue cambiado, con nostalgia lo que dejaron en sus nuevos cuartos ni con alegría lo que encontraron tirado. Ya no
Y los padres, quierse o no, también mueren, o se mudan, y las pueden ser eternas, pero no las vidas dentro de ellas. ¿qué pasa con las cosas de los cuartos cuando no queda nadie en la casa?¿se los lleva el viento?
Los depósitos, todos los depósitos, son tristes por eso: por ser cementerio de cuartos y juventudes.
miércoles, 9 de enero de 2008
Primer día (sexta parte)
Lo único grande que había en su casa era la biblioteca, todo el resto era chico o insuficiente. Había pasado tantas horas mirándola que hasta sabía, de lejos, ubicar cualquier libro. Todos libros viejos, que habían sifo de su abuelo. Su mamá le había dicho que era maestro, y al morir le había dejado todo a ella, su única hija. Ese libro marrón era Fausto. Más abajo estaba Dublineses, de Joyce. No sabía lo que era un dublinés, ni donde quedaba dublín. Arriba estaban los de garcía Marquez, todos los escritos hasta el momento, una de las pocas cosas que su madre se había dedicado a actualizar.
En la cocina las mujeres peleaban. ¿A cuál quería más? No sabía. ¿Cómo se conocían? No sabía, pero había algo ahí que le parecía extraño y triste.
En la biblioteca había también una caja de carbonillas. Una vez, había encontrado a su madre en el sillón llorando ante un puñado de carbonillas. Por suerte ella no se había dado cuenta, y sin saberlo, ese era el único lugar de la casa que le parecía familiar desde entonces.
Siempre había querido leer todos los libros de los estantes. En la cocina, las mujeres peleaban. En otro momento pensó, tal vez en otro momento.
Trató de alcanzar las carbonillas y se sorprendió de lo mucjo que había crecido en esos meses, las alcanzaba casi sin dificultad. Comenzó a dibujarse la mano, los brazos, la panza. De chiquito nunca había sido de esos que dibujaban la pared, nunca le había costado entender que estaba bien y que estaba mal, hasta ese día.
Quería leer todos los libros de la biblioteca, la biblioteca de la cual su madre siempre decía lo mismo: "no te cuelgues, no te cuelgues Tomás que te va a aplastar". ¿Cómo podían aplastarlo tantas palabras? En su vida siempre le habían faltado palabras, por eso quería leerlo todo, quería sepultarse en tantas palabras.
En la cocina las mujeres discutían. Siempre había querido tener una tía, una abuela o alguien, familia, familia que sintiera más familia que su propia madre. No te cuelgues era lo único quele decía, no te cuelgues.
Pero esta vez su mamá, su pseudo mamá sin carbonilla, su semi mamá que lloraba carbonillas como ojos no estaba, estaba discutiendo en la cocina por cosas que quedarían sepultadas entre palabras.
En la cocina las mujeres peleaban. ¿A cuál quería más? No sabía. ¿Cómo se conocían? No sabía, pero había algo ahí que le parecía extraño y triste.
En la biblioteca había también una caja de carbonillas. Una vez, había encontrado a su madre en el sillón llorando ante un puñado de carbonillas. Por suerte ella no se había dado cuenta, y sin saberlo, ese era el único lugar de la casa que le parecía familiar desde entonces.
Siempre había querido leer todos los libros de los estantes. En la cocina, las mujeres peleaban. En otro momento pensó, tal vez en otro momento.
Trató de alcanzar las carbonillas y se sorprendió de lo mucjo que había crecido en esos meses, las alcanzaba casi sin dificultad. Comenzó a dibujarse la mano, los brazos, la panza. De chiquito nunca había sido de esos que dibujaban la pared, nunca le había costado entender que estaba bien y que estaba mal, hasta ese día.
Quería leer todos los libros de la biblioteca, la biblioteca de la cual su madre siempre decía lo mismo: "no te cuelgues, no te cuelgues Tomás que te va a aplastar". ¿Cómo podían aplastarlo tantas palabras? En su vida siempre le habían faltado palabras, por eso quería leerlo todo, quería sepultarse en tantas palabras.
En la cocina las mujeres discutían. Siempre había querido tener una tía, una abuela o alguien, familia, familia que sintiera más familia que su propia madre. No te cuelgues era lo único quele decía, no te cuelgues.
Pero esta vez su mamá, su pseudo mamá sin carbonilla, su semi mamá que lloraba carbonillas como ojos no estaba, estaba discutiendo en la cocina por cosas que quedarían sepultadas entre palabras.
Primer día (quinta parte)
Tocó el timbre y los chicos llegaron corriendo. No esperaron que la seño estuviera ahí, pero tampoco le prestaron mucha atención, ni ella a ellos. Para ese entonces, parecía pensar que en el aula sólo eran dos.
Comenzó a guardar sus cosas, lento, muy lento para poder pasar un rato más con ella. No parecía real tener que volver a casa, se había acostumbrado a estar en la escuela, le había parecido que viviría allí por siempre.
Se sentían cerca, pero no se miraban. Ambos tenían las cabezas gachas, pero pudieron darse cuenta de algo. Los chicos sienten todo más rápido, y es por eso que llegó a decir "Ma..." antes de que esta le dijera vamos y lo tomara de la mano.
Ese vamos no era sólo para él. Su madre estaba mirando fijo a la Seño, quien tenía una cara de espanto y vergüenza mayor aun que la que poseia en la fila.
Los tres tardaron aproximadamente treita y cinco recreos largos en llegar a la casa, pero a María le costó menos de un segundo decirle a Tomás que se fuera a jugar a otro lado.
-No te voy a ofrecer café, Mora, ¿qué hacés acá?
A Mora realmente no se le ocurrió nada mejor que decir.-Son tres palabras con tilde esas...
-No te hagas la maestrita acá, nos conocemos, ¿cómo hiciste?
-vos me dijiste que...
-¿Cómo lo encontraste?
-Soy suplente, voy por muchas escuelas y...
-¿Suplente de segundo grado?
-N-no... de muchos grados...
-Claro, el año pasado fuiste suplente de primer grado, ¿no?
Mora bajó la cabeza. Cualquier cosa que María dijera en ese momento era verdad y la avergonzaba.
-Claro, hiciste bien las cuentas. ¿Qué querés acá?
-Quería ver... quería verlo, o algo...
-¿Algo? tu algo fue un poco lejos me parece, Mora.
-No Mari, pero mañana ya no voy más a la escela, quedate tranquila que es un día nada más...
-A que bueno, me quedo tranquila entonces... Mora, ¿vos pensás que vas a verlo una vez así y después no vas a querer seguir viéndolo? ¡No son así las cosas!
-Bueno pero...
-¡¿Qué?!
-Nada.
-Mirá Morita, las cosas son así. A mi me lo dieron, yo lo crié, yo lo cuidé. Él me quiere, yo lo quiero, estamos bien así.
-Pero no es tuyo... no te parece que...
-¡Tampoco tuyo!
-Pero los ojos...
-Son los ojos de José, los mismos que tenía José.
-No Mari, son ojos de carbonilla, fijate que...
-¡Pero dejá de decir pavadas! Ni el chico dice esas cosas..
-No le digas el chico... tiene las carbonillas de Marina.
-A si, las carbonillas de Marina... las mismas que tenés vos, ¿no? Mirá, fijate bien cómo termino Marina.
-No digas eso Mari...
-Sentate, tomemos café, hay que tranquilizarse.
-No María, yo lo quiero ver, ya me cansé, ¡tiene todos los gestos de Marina!
-No puede tener los gestos de Marina porque Marina está muerta Mora, ya no sos una nena, date cuenta.
-No sabés.
-Crecé Mora, me dieron al nene. ¿me dieron a Marina?¿me dieron a Marina y al nene? No, me dieron al nene nada más.
-No tiene nada que ver, puede estar en...
-¿Azúcar?
-¡No es así María! Hay que buscarla, yo se que está en algún lado.
-Es un poco tarde Mora, ya van siete años así.
-No es tarde, vamos a buscarla, vamos los tres.
-Ah, la verdad nunca se me había ocurrido... ya se, primero le explicamos todo al chico...
-Tomás
-si, después lo acepta, total es facil de entender, y después hacemos lo que cientos de personas estuvieron haciendo durante años, ah y después lo logramos y nos llevamos algo bueno... ¡Un cadaver Mora!
-¿Nunca le dijiste nada?
-No. Revolvelo que tiene azúcar en el fondo.
-El piensa que sos su mamá, ¿en serio? Me lo voy a llevar María, vos dijiste, ya no soy una nena.
-No Mora, escuchame bien. Ahora lo tengo yo, es como mi hijo y yo soy su mamá. No vamos a ningún lado y si querés, lo podés ver de vez en cuando. Punto.
-Pero yo también soy...
-No se habla más del tema.
Comenzó a guardar sus cosas, lento, muy lento para poder pasar un rato más con ella. No parecía real tener que volver a casa, se había acostumbrado a estar en la escuela, le había parecido que viviría allí por siempre.
Se sentían cerca, pero no se miraban. Ambos tenían las cabezas gachas, pero pudieron darse cuenta de algo. Los chicos sienten todo más rápido, y es por eso que llegó a decir "Ma..." antes de que esta le dijera vamos y lo tomara de la mano.
Ese vamos no era sólo para él. Su madre estaba mirando fijo a la Seño, quien tenía una cara de espanto y vergüenza mayor aun que la que poseia en la fila.
Los tres tardaron aproximadamente treita y cinco recreos largos en llegar a la casa, pero a María le costó menos de un segundo decirle a Tomás que se fuera a jugar a otro lado.
-No te voy a ofrecer café, Mora, ¿qué hacés acá?
A Mora realmente no se le ocurrió nada mejor que decir.-Son tres palabras con tilde esas...
-No te hagas la maestrita acá, nos conocemos, ¿cómo hiciste?
-vos me dijiste que...
-¿Cómo lo encontraste?
-Soy suplente, voy por muchas escuelas y...
-¿Suplente de segundo grado?
-N-no... de muchos grados...
-Claro, el año pasado fuiste suplente de primer grado, ¿no?
Mora bajó la cabeza. Cualquier cosa que María dijera en ese momento era verdad y la avergonzaba.
-Claro, hiciste bien las cuentas. ¿Qué querés acá?
-Quería ver... quería verlo, o algo...
-¿Algo? tu algo fue un poco lejos me parece, Mora.
-No Mari, pero mañana ya no voy más a la escela, quedate tranquila que es un día nada más...
-A que bueno, me quedo tranquila entonces... Mora, ¿vos pensás que vas a verlo una vez así y después no vas a querer seguir viéndolo? ¡No son así las cosas!
-Bueno pero...
-¡¿Qué?!
-Nada.
-Mirá Morita, las cosas son así. A mi me lo dieron, yo lo crié, yo lo cuidé. Él me quiere, yo lo quiero, estamos bien así.
-Pero no es tuyo... no te parece que...
-¡Tampoco tuyo!
-Pero los ojos...
-Son los ojos de José, los mismos que tenía José.
-No Mari, son ojos de carbonilla, fijate que...
-¡Pero dejá de decir pavadas! Ni el chico dice esas cosas..
-No le digas el chico... tiene las carbonillas de Marina.
-A si, las carbonillas de Marina... las mismas que tenés vos, ¿no? Mirá, fijate bien cómo termino Marina.
-No digas eso Mari...
-Sentate, tomemos café, hay que tranquilizarse.
-No María, yo lo quiero ver, ya me cansé, ¡tiene todos los gestos de Marina!
-No puede tener los gestos de Marina porque Marina está muerta Mora, ya no sos una nena, date cuenta.
-No sabés.
-Crecé Mora, me dieron al nene. ¿me dieron a Marina?¿me dieron a Marina y al nene? No, me dieron al nene nada más.
-No tiene nada que ver, puede estar en...
-¿Azúcar?
-¡No es así María! Hay que buscarla, yo se que está en algún lado.
-Es un poco tarde Mora, ya van siete años así.
-No es tarde, vamos a buscarla, vamos los tres.
-Ah, la verdad nunca se me había ocurrido... ya se, primero le explicamos todo al chico...
-Tomás
-si, después lo acepta, total es facil de entender, y después hacemos lo que cientos de personas estuvieron haciendo durante años, ah y después lo logramos y nos llevamos algo bueno... ¡Un cadaver Mora!
-¿Nunca le dijiste nada?
-No. Revolvelo que tiene azúcar en el fondo.
-El piensa que sos su mamá, ¿en serio? Me lo voy a llevar María, vos dijiste, ya no soy una nena.
-No Mora, escuchame bien. Ahora lo tengo yo, es como mi hijo y yo soy su mamá. No vamos a ningún lado y si querés, lo podés ver de vez en cuando. Punto.
-Pero yo también soy...
-No se habla más del tema.
martes, 8 de enero de 2008
Primer día (cuarta parte)
Tomó una decisión: iba a llamarle la atención de alguna forma, sea como sea. Pintó el mejor dibujo, escribió el mejor cuento con colores, sombras y palabras grandes. Fue un esfuerzo sobrehumano, pero lo había hecho felíz, porque era para ella y ella lo iba a saber valorar.
Se los llevó rápido, casi corriendo y con muecas que denotaban gran entusiasmo. Ella los agarró, sin mirarlo, sin mirar y los guardó. Muy bien dijo, muy bien, y no se dignó a nada más. Él se quedó un rato quieto, a ver si tenía algo más que decirle, pero no había más, nada más.
Le pegó como una puñalada, un vaso de agua fría, como describía Becquer. ¿Nada más? Todo ese esfuerzo...
Se quedó esperando un rato, pobrecito, pero ella seguía ignorándolo de la forma más cruel.
Tal vez el dibujo no era tan colorido, ni el cuento era tan creativo como él creía. Tal vez la había hecho sentir mal, desepcionada. Si, seguro era eso.
Era la hora del recreo pero esta vez no quiso salir. Quería aprovechar el tiempo para hacer un cuento, el más lindo de todos, un cuento sobre un nene y su maestra.
Ella tampococ quiso salir al recreo, se quedó ahí, sola con él.
No podía irse, pero quedarse le costaba otro tanto. No podía habrale, ¡pero si es un nene por Dios! ¿a cuántos nenes se había dirigido en su vida? ¿cuántos nenes se habían enamorado de ella, de la Seño? más que hombres, eso era seguro, entonces ¿por qué no podía hablarle?
Investigó su letra. Era chiquito, pero aun así su trazo era firme y decidido. Sus letras no se parecían en nada, la de ella era delgada, alargada, desinteresada, en cambio la de él era cuidadosa, comprometida, ¿cómo podía ser que un nene de siete años tuviera más sentido del compromiso que ella?
El recreo duró como cinco segundos y enseguida volvieron los demás chicos. Tuvo que abrir bien los ojos y mirar hacia arriba para que no calleran lágrimas.
Esta vez le iba a gustar el dibujo. Se levantó seguro y fue. Decidió dirigirse a ella, decirle seño y así obligarla a contestar.
Esta vez ella lo miró, y también miró el dibujo, abrió la boca pero ningún sonido atinó a salir. Lo que si pudo fue sonreír, sonreír con la boca y los ojos, hasta con las mejillas y la nariz.
Eso era suficiente como para todo el día, había logrado sonreír. Pero en seguida se quedó en seco: tenían los mismos ojos, idénticos. Los ojos marrones eran comunes, pero los de ellos tenían algo distinto, parecían pintados con carbonilla, como decía Marina. Justo los ojos tenían idénticos, y lo que decía Marina, y Marina... ya no había nada por qué sonreír.
No entendió nada. El cuento estaba bien,no tenía errores, la sonrisa había estado ahí, ¿qué era entonces? ¿quería otro dibujo? Si, seguro quería otro dibujo y cuando vio que era un cuento se desepcionó. Otra vez la había desepcionado.
Se volvió a quedar solo en el aula, pero ella se fue. Se fue para comprar un yogurt y hablar del fin de semana con las otras maestras, se fue para alejarse de los ojos. Yogurt y fin de semana, no alumno ojos de carbonilla.
Charló, sonrió, saboreó todas las acciones pedestres. Era una más y sin embargo en el aula estaba ese nene, el nene de sus ojos, literalmente, haciendo otro dibujo por el cual no iba a poder sonreír. Una hora más y listo, no tenía que volver al otro día si no quería, si no podía.
Esta vez el timbre tardó tres días en sonar, tres días exactos con sus setenta y dos horas, 4320 minutos y 259200 segundos de yogurt y charlas, para volver al aula.
Hablaba casi por primera vez
-Bueno chicos, me dijo la dire que ahora tienen gimnasia.
Escuchó la palabra Dire recién cuando salió de su boca.
Se encerró en el baño a mirarse los ojos de carbonilla de Marina, los que parecían sombreados, por los que recibía el "qué suerte, así nunca te tenés que sombrear". Qué importaba no tener que sombrearse, si cada vez que se mirara al espejo iba a recordar a marina, todas las mañanas, todas las tardes y todas las noches.
Se sentó en el escritorio a pensar en ella otra vez. Sabía que él estaba pensando en ella, en su seño, pero si supiera de Marina, ambos estarían pensando en lo mismo.
Miraba el reloj, y era tan Dalí que necesitaba escapar. Pero cuando quiso guardar su cosas e irse rápido, no pudo.
Se los llevó rápido, casi corriendo y con muecas que denotaban gran entusiasmo. Ella los agarró, sin mirarlo, sin mirar y los guardó. Muy bien dijo, muy bien, y no se dignó a nada más. Él se quedó un rato quieto, a ver si tenía algo más que decirle, pero no había más, nada más.
Le pegó como una puñalada, un vaso de agua fría, como describía Becquer. ¿Nada más? Todo ese esfuerzo...
Se quedó esperando un rato, pobrecito, pero ella seguía ignorándolo de la forma más cruel.
Tal vez el dibujo no era tan colorido, ni el cuento era tan creativo como él creía. Tal vez la había hecho sentir mal, desepcionada. Si, seguro era eso.
Era la hora del recreo pero esta vez no quiso salir. Quería aprovechar el tiempo para hacer un cuento, el más lindo de todos, un cuento sobre un nene y su maestra.
Ella tampococ quiso salir al recreo, se quedó ahí, sola con él.
No podía irse, pero quedarse le costaba otro tanto. No podía habrale, ¡pero si es un nene por Dios! ¿a cuántos nenes se había dirigido en su vida? ¿cuántos nenes se habían enamorado de ella, de la Seño? más que hombres, eso era seguro, entonces ¿por qué no podía hablarle?
Investigó su letra. Era chiquito, pero aun así su trazo era firme y decidido. Sus letras no se parecían en nada, la de ella era delgada, alargada, desinteresada, en cambio la de él era cuidadosa, comprometida, ¿cómo podía ser que un nene de siete años tuviera más sentido del compromiso que ella?
El recreo duró como cinco segundos y enseguida volvieron los demás chicos. Tuvo que abrir bien los ojos y mirar hacia arriba para que no calleran lágrimas.
Esta vez le iba a gustar el dibujo. Se levantó seguro y fue. Decidió dirigirse a ella, decirle seño y así obligarla a contestar.
Esta vez ella lo miró, y también miró el dibujo, abrió la boca pero ningún sonido atinó a salir. Lo que si pudo fue sonreír, sonreír con la boca y los ojos, hasta con las mejillas y la nariz.
Eso era suficiente como para todo el día, había logrado sonreír. Pero en seguida se quedó en seco: tenían los mismos ojos, idénticos. Los ojos marrones eran comunes, pero los de ellos tenían algo distinto, parecían pintados con carbonilla, como decía Marina. Justo los ojos tenían idénticos, y lo que decía Marina, y Marina... ya no había nada por qué sonreír.
No entendió nada. El cuento estaba bien,no tenía errores, la sonrisa había estado ahí, ¿qué era entonces? ¿quería otro dibujo? Si, seguro quería otro dibujo y cuando vio que era un cuento se desepcionó. Otra vez la había desepcionado.
Se volvió a quedar solo en el aula, pero ella se fue. Se fue para comprar un yogurt y hablar del fin de semana con las otras maestras, se fue para alejarse de los ojos. Yogurt y fin de semana, no alumno ojos de carbonilla.
Charló, sonrió, saboreó todas las acciones pedestres. Era una más y sin embargo en el aula estaba ese nene, el nene de sus ojos, literalmente, haciendo otro dibujo por el cual no iba a poder sonreír. Una hora más y listo, no tenía que volver al otro día si no quería, si no podía.
Esta vez el timbre tardó tres días en sonar, tres días exactos con sus setenta y dos horas, 4320 minutos y 259200 segundos de yogurt y charlas, para volver al aula.
Hablaba casi por primera vez
-Bueno chicos, me dijo la dire que ahora tienen gimnasia.
Escuchó la palabra Dire recién cuando salió de su boca.
Se encerró en el baño a mirarse los ojos de carbonilla de Marina, los que parecían sombreados, por los que recibía el "qué suerte, así nunca te tenés que sombrear". Qué importaba no tener que sombrearse, si cada vez que se mirara al espejo iba a recordar a marina, todas las mañanas, todas las tardes y todas las noches.
Se sentó en el escritorio a pensar en ella otra vez. Sabía que él estaba pensando en ella, en su seño, pero si supiera de Marina, ambos estarían pensando en lo mismo.
Miraba el reloj, y era tan Dalí que necesitaba escapar. Pero cuando quiso guardar su cosas e irse rápido, no pudo.
Primer día (tercera parte)
Quería tanto a su seño anterior... estaba seguro de que nadie, nadie la había querido como él. Tenía una conexión por los ojos, una conexión única. No quería dejarla y mudarse con otra, ya bastante había sido dejarla en el verano e irse con su mamá, engañarla. él era de esos pocos que nunca había cometido el grave error de decirle a la Seño mamá.
Pero ahora tenía que resignarse a convivir con la nueva, una nueva mujer en su vida. Pensaba en los chicos más grandes, los que hoy tenían su último primer día de clases. Cuando a él le llegara el turno del último primer día, muchas mujeres habrán pasado por su vida.
La fila. Estaban todos en la fila por ser el primer día, a una baldosa de distancia. Estaban todas las seños, las más grandes, las más chicas, los profes, las profes y la directora. Junto a ella estaba parada una chica, una chica flaca de pelo lacio, largo y oscuro, vestida con una pollera rosa que asomaba por debajo del guardapolvo, unos zapatos bajos y lo que parecía ser una remera blanca. Tenía a demás una cara de espanto mal disimulada, la cual pesaba tanto que le permitía sólo mirar al piso.
Esta chica era la nueva seño.
Antes de darse cuenta, ya estaba en el aula. Sentado ahí con su compañero esperaba a la gloriosa seño sin hablar, para poder imaginar su voz.
Llegó al fin, después de diez mil años y en compañía de la directora. Se hicieron presentaciones que no eran necesarias, todos sabían quien era ella y, a juzgar por los cartelitos de la pared, ella sabía quienes eran ellos.
La primera mirada que se desprendió del piso fue directo hacia él. No lo miró como miran las seños, porque a las seños nunca se les llenan los ojos de lágrimas, por lo menos no frente a sus alumnos.
La directora se fue sin que nadie se diera cuenta y todos se quedaron sentados, esperando la próxima movida de la nueva seño. Pero la nueva seño realmente no sabía qué hacer, porque la nueva seño, aunque nadie supiera, estaba ahí sólo por él.
Lo miraba a cada rato, lo miraba entre las tareas, desde el pizarrón, cuando iba a buscar cosas al armario, siempre. Esa si era una conexión de ojos. Pero claro, ella era una adulta y sabía muy bien cómo hacer para que él pensara que lo estaba ignorando, o por lo menos que no le estaba prestando más atención que al resto de los chicos.
No quería pintar, escribir ni cortar, no quería hacer nada si ella lo ignoraba. En eso se cruzó a su antigua, su amada seño y nada. Ella lo saludó feliz de volver a verlo y él la ignoró, tan cruel como suena, quería que todos vivieran lo que él estaba viviendo ahora, quería que todos notaran que había conocido el rencor.
Pero ahora tenía que resignarse a convivir con la nueva, una nueva mujer en su vida. Pensaba en los chicos más grandes, los que hoy tenían su último primer día de clases. Cuando a él le llegara el turno del último primer día, muchas mujeres habrán pasado por su vida.
La fila. Estaban todos en la fila por ser el primer día, a una baldosa de distancia. Estaban todas las seños, las más grandes, las más chicas, los profes, las profes y la directora. Junto a ella estaba parada una chica, una chica flaca de pelo lacio, largo y oscuro, vestida con una pollera rosa que asomaba por debajo del guardapolvo, unos zapatos bajos y lo que parecía ser una remera blanca. Tenía a demás una cara de espanto mal disimulada, la cual pesaba tanto que le permitía sólo mirar al piso.
Esta chica era la nueva seño.
Antes de darse cuenta, ya estaba en el aula. Sentado ahí con su compañero esperaba a la gloriosa seño sin hablar, para poder imaginar su voz.
Llegó al fin, después de diez mil años y en compañía de la directora. Se hicieron presentaciones que no eran necesarias, todos sabían quien era ella y, a juzgar por los cartelitos de la pared, ella sabía quienes eran ellos.
La primera mirada que se desprendió del piso fue directo hacia él. No lo miró como miran las seños, porque a las seños nunca se les llenan los ojos de lágrimas, por lo menos no frente a sus alumnos.
La directora se fue sin que nadie se diera cuenta y todos se quedaron sentados, esperando la próxima movida de la nueva seño. Pero la nueva seño realmente no sabía qué hacer, porque la nueva seño, aunque nadie supiera, estaba ahí sólo por él.
Lo miraba a cada rato, lo miraba entre las tareas, desde el pizarrón, cuando iba a buscar cosas al armario, siempre. Esa si era una conexión de ojos. Pero claro, ella era una adulta y sabía muy bien cómo hacer para que él pensara que lo estaba ignorando, o por lo menos que no le estaba prestando más atención que al resto de los chicos.
No quería pintar, escribir ni cortar, no quería hacer nada si ella lo ignoraba. En eso se cruzó a su antigua, su amada seño y nada. Ella lo saludó feliz de volver a verlo y él la ignoró, tan cruel como suena, quería que todos vivieran lo que él estaba viviendo ahora, quería que todos notaran que había conocido el rencor.
Magdalenas
Magdalenas
Ingredientes
3 claras
65 g. de azúcar
50 cc. de aceite de girasol
4 yemas
60 g. de harina
1 cdita. de polvo para hornear
cantidad necesaria de esencia de vainilla
1 limón rayado
1)Batir las claras a punto nieve y agregar poco a poco el azúcar.
2)Incorporar una por una las yemas.
3)Agregar en forma envolvente el aceite, la vainilla y la rayadura de limón.
4)A parte, tamizar la harina con el polvo para hornear y agregar a la mezcla anterior. Debe quedar una ,asa semi líquida.
5)Colocar en una manga con boquilla lisa.
6)Llenar los pirotines o el molde siliconado. Cocinar a 190 ºC durante 12-15 minutos.
Así se hacen las Magdalenas, entonces.
Marcos le puso todas las ganas del mundo, puso un banquito para agarrar los huevos de la parte alta de la heladera, los separó como le había enseñado su abuela, con la cáscara, clara en un vaso, llema en otro, buscó en el cajón su cucharita, la que usaba para comer postrecitos y puré de manzanas cuando era más chico, echó un poco de harina, lo que salió cuando le dio un golpecito para que cayera sobre el bowl que más redondo le pareció, y lo mezcló todo con un tenedor. Se acordó más tarde de los otros ingredientes, porque hacía poco que había aprendido a leer y le había costado desifrar algunas de las palabras palabras que aparecían ahí en frente.
Puso la misma cantidad de azúcar que usaba en la leche y una vainilla trizada, porque era lo que le parecía correcto. El limón fue lo que más le costó, pero después recordó que tenía jugo de limón en botella y lo agregó también. Siguió mezclando, un poco con el tenedor y otro poco con las manos, hasta que le pareció mezcla para tortas y pudo sacar la lengua de entre los dientes.
No sabía donde poner la mezcla, pero lo resolvió rápido, se comió dos postrecitos, tiró otros dos y usó los cuatro potes como moldes.
Una vez listo todo, se tomó un segundo para admirar su obra. Pasada esa exquisita fracción de tiempo, metió las magdalenas en el horno y pensó que, por esta vez, cuatro serían suficientes.
Se fue a jugar un rato, pero la edad de la impaciencia era más fuerte. Armó casas, fue al patio, jugó con barro y en la bici, cosas que le hubiesen llevado día, las hizo en menos de media tarde, pero cuando escuchó el auto de su mamá, salió corriendo a buscarla para mostrarle lo que había hecho y también para que lo oliera, a ver si le gustaba el olor de no una, sino cuatro nuevas magdalenas, porque desde que había muerto Magui, el horno ya no desprendía esos olores que les alegraban a todos el semblante.
Ingredientes
3 claras
65 g. de azúcar
50 cc. de aceite de girasol
4 yemas
60 g. de harina
1 cdita. de polvo para hornear
cantidad necesaria de esencia de vainilla
1 limón rayado
1)Batir las claras a punto nieve y agregar poco a poco el azúcar.
2)Incorporar una por una las yemas.
3)Agregar en forma envolvente el aceite, la vainilla y la rayadura de limón.
4)A parte, tamizar la harina con el polvo para hornear y agregar a la mezcla anterior. Debe quedar una ,asa semi líquida.
5)Colocar en una manga con boquilla lisa.
6)Llenar los pirotines o el molde siliconado. Cocinar a 190 ºC durante 12-15 minutos.
Así se hacen las Magdalenas, entonces.
Marcos le puso todas las ganas del mundo, puso un banquito para agarrar los huevos de la parte alta de la heladera, los separó como le había enseñado su abuela, con la cáscara, clara en un vaso, llema en otro, buscó en el cajón su cucharita, la que usaba para comer postrecitos y puré de manzanas cuando era más chico, echó un poco de harina, lo que salió cuando le dio un golpecito para que cayera sobre el bowl que más redondo le pareció, y lo mezcló todo con un tenedor. Se acordó más tarde de los otros ingredientes, porque hacía poco que había aprendido a leer y le había costado desifrar algunas de las palabras palabras que aparecían ahí en frente.
Puso la misma cantidad de azúcar que usaba en la leche y una vainilla trizada, porque era lo que le parecía correcto. El limón fue lo que más le costó, pero después recordó que tenía jugo de limón en botella y lo agregó también. Siguió mezclando, un poco con el tenedor y otro poco con las manos, hasta que le pareció mezcla para tortas y pudo sacar la lengua de entre los dientes.
No sabía donde poner la mezcla, pero lo resolvió rápido, se comió dos postrecitos, tiró otros dos y usó los cuatro potes como moldes.
Una vez listo todo, se tomó un segundo para admirar su obra. Pasada esa exquisita fracción de tiempo, metió las magdalenas en el horno y pensó que, por esta vez, cuatro serían suficientes.
Se fue a jugar un rato, pero la edad de la impaciencia era más fuerte. Armó casas, fue al patio, jugó con barro y en la bici, cosas que le hubiesen llevado día, las hizo en menos de media tarde, pero cuando escuchó el auto de su mamá, salió corriendo a buscarla para mostrarle lo que había hecho y también para que lo oliera, a ver si le gustaba el olor de no una, sino cuatro nuevas magdalenas, porque desde que había muerto Magui, el horno ya no desprendía esos olores que les alegraban a todos el semblante.
Domingo
Cena de domingo por la noche, siempre igual. Las peores horas de la semana, todas juntas en una sola noche en las que la fatiga y las ganas de morir mataban todo proyecto futuro.
Esa noche, aunque de elecciones, era igual a todas. Todo el día queriendo hacer algo, algo distinto, pero al final no se animaba, a ver si no le daba el tiempo por esa hibridez deforme que tienen los domingos, con sus días weekend y sus noche de semana.
Sentados, en una punta y la otra de la mesa, comiendo y escuchando el sonido del reloj-corazón delator que les decía que estaban comiendo a las ocho. Si, a las ocho, gente grande comiendo a las ocho un fin de semana, o día de semana, no se sabe bien.
Los cubiertos no rechinaban contra el plato porque éste era de plástico, plástico blanco con flores, y bebían vino de caja en vasos marrones.
Comer y no charlar, esa era la rutina: pero ese día se sabrían los resultados de las elecciones, eso era algo de que hablar. Pero no, en la mesa no se habla, en la casa no se habla, desde que estaban casados que no se hablaba.
Vivían cerca del lugar de festejo del ganador, a unas calles. Eran las ocho y ya festejaban, pero sin comer, claro.
Clara comía de a pedacitos chiquitos y se imaginaba mientras tanto cuarenta y ocho formas de aniquilar a su marido, pero como había perfeccionado tanto la técnica necesitó, esta vez, pensar diez formas con la mano derecha, diez con la izquierda y veintidós con ambas.
El discurso se filtraba por las ventanas.
"y estoy muy agradecido de todo lo que..."
Y así Clara llegó a la número cuarenta y ocho y fue por lo obvio: levantarse rápido y clavarle un tenedor cerca de la epiglotis y otro en la yugular. Era básico, pero tan simple que daba gusto.
"y yo y mis compañeros les..."
Qué bueno era volver a lo básico, daba un confort pocas veces superado.
"porque nosotros sabemos lo que el pueblo necesita"
Y él se merecía lo básico, nada más. Esa camisa mediocre de cuadritos, abultada por la panza y manchada con agua y queseyó, con botones horrendos y un cartoncito en el bolsillo. Ah, y a no olvidar el peinado, tan sucio y desprolijo, asquerosamente mundano.
"nosotros queremos gobernar como lo que somos, gente honesta"
Tan miserable había sido su vida con él, tan aburrida e insulsa. Pensar en matarlo era su única diversión. POdía comer con una sonrisa esa comida barata que no había problema, él ni cuenta se daba.
"porque nosotros sabemos que ustedes son gente buena"
Y la educación insuficiente que le había dado a sus hijos.
"gente altruista"
Y cómo trataba a sus hermanos.
"gente emprendedora"
Y las pocas ganas de superarse, o de dejarla a ella superarse, y sus controles constantes y sus descuidos.
"en fin, gente bien"
y encima ella lo quería.
"vamos a trabajar, todos juntos"
Y el tenedor en la epiglotis, y el cuchillo en la yugular.
"para un futuro mejor"
Para un futuro mejor, así nomás, sin tanto esfuerzo.
Esa noche, aunque de elecciones, era igual a todas. Todo el día queriendo hacer algo, algo distinto, pero al final no se animaba, a ver si no le daba el tiempo por esa hibridez deforme que tienen los domingos, con sus días weekend y sus noche de semana.
Sentados, en una punta y la otra de la mesa, comiendo y escuchando el sonido del reloj-corazón delator que les decía que estaban comiendo a las ocho. Si, a las ocho, gente grande comiendo a las ocho un fin de semana, o día de semana, no se sabe bien.
Los cubiertos no rechinaban contra el plato porque éste era de plástico, plástico blanco con flores, y bebían vino de caja en vasos marrones.
Comer y no charlar, esa era la rutina: pero ese día se sabrían los resultados de las elecciones, eso era algo de que hablar. Pero no, en la mesa no se habla, en la casa no se habla, desde que estaban casados que no se hablaba.
Vivían cerca del lugar de festejo del ganador, a unas calles. Eran las ocho y ya festejaban, pero sin comer, claro.
Clara comía de a pedacitos chiquitos y se imaginaba mientras tanto cuarenta y ocho formas de aniquilar a su marido, pero como había perfeccionado tanto la técnica necesitó, esta vez, pensar diez formas con la mano derecha, diez con la izquierda y veintidós con ambas.
El discurso se filtraba por las ventanas.
"y estoy muy agradecido de todo lo que..."
Y así Clara llegó a la número cuarenta y ocho y fue por lo obvio: levantarse rápido y clavarle un tenedor cerca de la epiglotis y otro en la yugular. Era básico, pero tan simple que daba gusto.
"y yo y mis compañeros les..."
Qué bueno era volver a lo básico, daba un confort pocas veces superado.
"porque nosotros sabemos lo que el pueblo necesita"
Y él se merecía lo básico, nada más. Esa camisa mediocre de cuadritos, abultada por la panza y manchada con agua y queseyó, con botones horrendos y un cartoncito en el bolsillo. Ah, y a no olvidar el peinado, tan sucio y desprolijo, asquerosamente mundano.
"nosotros queremos gobernar como lo que somos, gente honesta"
Tan miserable había sido su vida con él, tan aburrida e insulsa. Pensar en matarlo era su única diversión. POdía comer con una sonrisa esa comida barata que no había problema, él ni cuenta se daba.
"porque nosotros sabemos que ustedes son gente buena"
Y la educación insuficiente que le había dado a sus hijos.
"gente altruista"
Y cómo trataba a sus hermanos.
"gente emprendedora"
Y las pocas ganas de superarse, o de dejarla a ella superarse, y sus controles constantes y sus descuidos.
"en fin, gente bien"
y encima ella lo quería.
"vamos a trabajar, todos juntos"
Y el tenedor en la epiglotis, y el cuchillo en la yugular.
"para un futuro mejor"
Para un futuro mejor, así nomás, sin tanto esfuerzo.
lunes, 7 de enero de 2008
Charlas
Había estado charlando un buen rato, como hacía mucho no charlaban. Charlaban de esa chica que él tanto quería, de lo que era, lo que es y lo que podía llegar a ser. Trataron el tema por arriba y por abajo, frenados de vez en cuando por alguno que venía a escucharlos, alguno y entre elos él, con su sombra negra que venía a perturbar la paz y revolver el estómago.
Le contó mucjas cosas, reales e imaginarias, le dijo lo que esperaba para el futuro lejos que les esperaba, le contó todo y le agradeció, pues su punto de vista de mujer era distinto al de los chicos.
Al final y de sopetón llego el tan temido "ahora vos contame algo". Se le infló algo en la panza, pero no se pudo desinflar coando le respondió "no se que te puedo contar...qué se yo". Era una mentira tan obvia, sobre todo para él que no sospechaba, sabía. "ya sé que me podés conta" le dijo cómplice pobre, sin darse cuenta de la herida que estaba abriendo. Se apartaron más, porque esto si era un secreto, y de los mejor guardados.
La sombra aparecía a cada rato, en versiones peores porque ahora parecía que lo estaban invocando. hablaron un poco del tema, de como ella exageraba, de las cosas que pasaban y ´de las que no iban a pasar.
Pero en eso apareció la sombra y se hizo escuchar. Quería saber de inmediato de qué estaban hablando. "Hablamos de vos" le contestó ella, y para qué. Se empecinó en decir que no era verdad, que si no le querían decir que no le dijeran, pero que no le mintieran así.
"hablamos de vos porque estoy enamorada". Le clavó los ojos hasta la nuca, y primero se le transformó el semblante, pero luego siguió despotricando sobre aquellas mentiras que si son verdad. Y ella no aguantó más y se fue corriendo al baño, a clavarse ese alfilercito de gancho en la garganta, a ver si de vez en cuando se podía callar.
Le contó mucjas cosas, reales e imaginarias, le dijo lo que esperaba para el futuro lejos que les esperaba, le contó todo y le agradeció, pues su punto de vista de mujer era distinto al de los chicos.
Al final y de sopetón llego el tan temido "ahora vos contame algo". Se le infló algo en la panza, pero no se pudo desinflar coando le respondió "no se que te puedo contar...qué se yo". Era una mentira tan obvia, sobre todo para él que no sospechaba, sabía. "ya sé que me podés conta" le dijo cómplice pobre, sin darse cuenta de la herida que estaba abriendo. Se apartaron más, porque esto si era un secreto, y de los mejor guardados.
La sombra aparecía a cada rato, en versiones peores porque ahora parecía que lo estaban invocando. hablaron un poco del tema, de como ella exageraba, de las cosas que pasaban y ´de las que no iban a pasar.
Pero en eso apareció la sombra y se hizo escuchar. Quería saber de inmediato de qué estaban hablando. "Hablamos de vos" le contestó ella, y para qué. Se empecinó en decir que no era verdad, que si no le querían decir que no le dijeran, pero que no le mintieran así.
"hablamos de vos porque estoy enamorada". Le clavó los ojos hasta la nuca, y primero se le transformó el semblante, pero luego siguió despotricando sobre aquellas mentiras que si son verdad. Y ella no aguantó más y se fue corriendo al baño, a clavarse ese alfilercito de gancho en la garganta, a ver si de vez en cuando se podía callar.
Para leer en voz alta, el personaje queda a consideración de cada uno
Pero qué barbaro, ¡Cómo le duele la panza a la chica!
Y... es una chica, les duele la panza.
Si pero, ¡Fijate como le duele la panza!
Si, la verdad que tenés razón, ¡Cómo le duele!
En mi cuarto, Dalí me mira mientras me cambio.
Y... es una chica, les duele la panza.
Si pero, ¡Fijate como le duele la panza!
Si, la verdad que tenés razón, ¡Cómo le duele!
En mi cuarto, Dalí me mira mientras me cambio.
Quiosco bon o bon
Abrió la puerta del quiosco, blanca era la puerta, y con campanita.
Había otra chica ahí parada, así que esperó un rato entre tantos, taantos caramelos...
Apareció un chico con un Hola! gigantesco pero tímido, que la miraba con los ojos bien abiertos.
!hola, si quiero un..." ¿un qué? tanta variedad, había tanto para elegir que pensaba y pensaba, mirando los papelitos de colores.
"Tengo que elegir ya" pensó, pero con pensarlo no bastaba, había que hacerlo.
Pensó que su cerebro ya resolvería algo, pero el cerebro no estaba eligiendo nada de nada.
La mente en blanco, estaba pasando el tiempo.
Nada.
Elegí algo! no es tan difícil, pensá!
"eh... dame un..." y es allí cuando llega lo que elige siempre: "dame un alfajor bon o bon triple".
Estaba rico, por supuesto, pero tenía ese nosequé de la comida rutinaria.
Igual, cansado el cerebro, los alfajores, aunque rutinarios, son ricos.
Había otra chica ahí parada, así que esperó un rato entre tantos, taantos caramelos...
Apareció un chico con un Hola! gigantesco pero tímido, que la miraba con los ojos bien abiertos.
!hola, si quiero un..." ¿un qué? tanta variedad, había tanto para elegir que pensaba y pensaba, mirando los papelitos de colores.
"Tengo que elegir ya" pensó, pero con pensarlo no bastaba, había que hacerlo.
Pensó que su cerebro ya resolvería algo, pero el cerebro no estaba eligiendo nada de nada.
La mente en blanco, estaba pasando el tiempo.
Nada.
Elegí algo! no es tan difícil, pensá!
"eh... dame un..." y es allí cuando llega lo que elige siempre: "dame un alfajor bon o bon triple".
Estaba rico, por supuesto, pero tenía ese nosequé de la comida rutinaria.
Igual, cansado el cerebro, los alfajores, aunque rutinarios, son ricos.
Artificial
Estaba tirada en la cama boca arriva, escuchando nada más que el sonido que hacía el tubo fluorescente de luz. Sentía el contacto con las sábanas, su propia ropa tocándole la piel y el brillo agresivo de la luz blanca en sus ojos. Y tan inmersa estaba meditando con luz artificial en plena primavera que ni sintió cuando una bola de metal llena de pinches calló sobre su cabeza. Totalmente hilarante pensaron todos menos ella, porque no tuvo tiempo ni de pensarlo.
Automovil
La verdad que los autos son algo increible. Vos estás ahí, sentada en el asiento de atrás y te rodean unas paredes cuadradas, Es como estar mirando la tele en sillones pero de manera que no puedas ver.
Y de repente algo pasa afuera, todo se mueve y a tus costados ves pasar cosas como flotando. A delante ves algo que siempre buscás y nunca llega, a veces creés que estás en una cinta caminadora. Atrás va apareciendo una serie de rayas blancas en esa cosa negra que sale, y si te fijás bien a tu izquierda puede ser de noche, pero a tu derecha es de día.
La casa de sillones está toda cubierta de música y la gente puede hablar sin mirarse y no ser grosera, mientras de vez en cuand se caen unos sobre otros.
En el auto no te podés parar pero podés abrir la ventana con una manija y ver como todo se mueve afuera. Algo que me parece muy loco de los autos es que siempre, pero suempre, se siente el viento.
Y de repente algo pasa afuera, todo se mueve y a tus costados ves pasar cosas como flotando. A delante ves algo que siempre buscás y nunca llega, a veces creés que estás en una cinta caminadora. Atrás va apareciendo una serie de rayas blancas en esa cosa negra que sale, y si te fijás bien a tu izquierda puede ser de noche, pero a tu derecha es de día.
La casa de sillones está toda cubierta de música y la gente puede hablar sin mirarse y no ser grosera, mientras de vez en cuand se caen unos sobre otros.
En el auto no te podés parar pero podés abrir la ventana con una manija y ver como todo se mueve afuera. Algo que me parece muy loco de los autos es que siempre, pero suempre, se siente el viento.
Poema poético
El agua tornasolada brilla
bajo la luz del crepúsculo azul
que me llena el alma d ecanciones
de cuna venidas de mi tierra
azul como tus ojos
gotas de agua que humedecen
mis cabellos y mis manos
la lenta agonía de crecer entre camelias
con olor a dulces duraznos en almibar
dulces como tus manos
y las nubes de algodón
y el rocío de tus pupilas
como rocío fresco de mañana
y conejitos de algodón de azucar
que se comen este poema de mierda.
bajo la luz del crepúsculo azul
que me llena el alma d ecanciones
de cuna venidas de mi tierra
azul como tus ojos
gotas de agua que humedecen
mis cabellos y mis manos
la lenta agonía de crecer entre camelias
con olor a dulces duraznos en almibar
dulces como tus manos
y las nubes de algodón
y el rocío de tus pupilas
como rocío fresco de mañana
y conejitos de algodón de azucar
que se comen este poema de mierda.
Infla ego
sos hermoso, sos precioso, sos tan fuerte, tan capaz, sos tan perspicaz tan suspicaz la verdad que sos todo lo que termina en az hasta rapaz. Sos tan inteligente la verdad no puedo creer que un ser así exista tanto equilibrio tanta harmonía, tanta magnanimidad junta no existe, no es concebible.
Tocás tan bien el piano, el trombón, el xilofón, la tuba la pandereta, el oboe, cantás tan bien y tus malabares son una cosa de no creer, casi como la forma en la que jugás al futbol que es tan sublime, o cómo jugás al waterpolo, a las damas chinas, al ta te ti y a tirar dardos. Te vestís mejor que Iván de Pineda, tenés tanto estilo sos tan original, tu ropa entera es una obra de arte, así como tus cuadros, tus pinturas tus fotos, tus escritos desopilantes y tu actuación ni te cuento, podrías ser Segismundo, Rosaura y Clarín todo junto, y más, mientras hacés ejercicios de matemática, calculás intensidades y hacés ecuaciones redox, todo escuchando buena música y caminado con ese paso tan especial, la verdad sos una persona increible con tus chistes y tus comentarios tan ocurrentes, persona tan hilarante como vos en este mundo en realidad no hay.
No hay cosa que hagas mal, de amante sos el mejor, un amigo sin par y como persona la verdad que no creo que haya en el mundo alguien que merezca morir como vos.
Tocás tan bien el piano, el trombón, el xilofón, la tuba la pandereta, el oboe, cantás tan bien y tus malabares son una cosa de no creer, casi como la forma en la que jugás al futbol que es tan sublime, o cómo jugás al waterpolo, a las damas chinas, al ta te ti y a tirar dardos. Te vestís mejor que Iván de Pineda, tenés tanto estilo sos tan original, tu ropa entera es una obra de arte, así como tus cuadros, tus pinturas tus fotos, tus escritos desopilantes y tu actuación ni te cuento, podrías ser Segismundo, Rosaura y Clarín todo junto, y más, mientras hacés ejercicios de matemática, calculás intensidades y hacés ecuaciones redox, todo escuchando buena música y caminado con ese paso tan especial, la verdad sos una persona increible con tus chistes y tus comentarios tan ocurrentes, persona tan hilarante como vos en este mundo en realidad no hay.
No hay cosa que hagas mal, de amante sos el mejor, un amigo sin par y como persona la verdad que no creo que haya en el mundo alguien que merezca morir como vos.
Leon
Se fue a secar el pelo al baño y escuchó lo que parecía ser el rugido de un león. Pensó que debía ser el agua llenando la bañera y siguió secándose, pero cuando se acercó vio que efectivamente era un león que la miraba un poco indignado.
Por algunos segundo pensó en qué grosera estaba siendo al interrumpir así un baño, pero después se acordó de que era su baño.
Y de patitas a la calle.
Por algunos segundo pensó en qué grosera estaba siendo al interrumpir así un baño, pero después se acordó de que era su baño.
Y de patitas a la calle.
Camioneta
Asiento. Papá enciende la camioneta. Vista fija, se subió a la camioneta y se quedó inmóvil, el cuello doblado y la vista fija en un lugar perdido. Padre encendió entonces la camioneta y se estremeció por la fuerza del motor, motor tractor de la camioneta tractor. La mente estaba fija pero la mente vagaba, pasado mañana...
Padre apretó en embriague y puso reversa. El motor hacía ruido, tuc-tuc-tuc-tuc-tuc y el ruido no la dejaba pensar, y eso era bueno y era malo.
Papá pisó el acelerador y retrocedió lentamente. Era bueno tirando a malo. No podía pensar, no podía cambiar la vista o escuchar, no podía nada.
Pasaron por la tranquera y padre comenzó a doblar. Era malo. El ruido la desquisiaba ya, tuc-tuc-tuc-tuc-tuc. Era insoportable, insufrible, le perforaba el tímpano y hasta le afectaba el equilibrio, no podía más.
Padre frenó y puso primera, ya habían salido. El ruido llegaba a los ojos, ya no podía pensar ni en pensar. No paraba
Tuc-tuc
tuc
tuc
tuccc
-----------------------------
Padre apretó en embriague y puso reversa. El motor hacía ruido, tuc-tuc-tuc-tuc-tuc y el ruido no la dejaba pensar, y eso era bueno y era malo.
Papá pisó el acelerador y retrocedió lentamente. Era bueno tirando a malo. No podía pensar, no podía cambiar la vista o escuchar, no podía nada.
Pasaron por la tranquera y padre comenzó a doblar. Era malo. El ruido la desquisiaba ya, tuc-tuc-tuc-tuc-tuc. Era insoportable, insufrible, le perforaba el tímpano y hasta le afectaba el equilibrio, no podía más.
Padre frenó y puso primera, ya habían salido. El ruido llegaba a los ojos, ya no podía pensar ni en pensar. No paraba
Tuc-tuc
tuc
tuc
tuccc
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Potencia
P=l/t
Potencia igual trabajo sobre tiempo.
Potencia igual fuerza por distancia sobre tiempo.
Fuerza sostenida por largas distancias en el menor tiempo posible, en lo posible.
Si se tarda mucho, es menor la potencia
Mayor la impotencia
impotencia
se pudre dentro
como una manzana caida al sol
te quema las entrañas y deja todo chamuscado
con pedazitos de papel de dieario, como los asados
que flotan por ahí como los puntitos que se filtran con la luz
y te queman la garganta
como la impotencia roja
que te mata y te sulfura.
Falta fuerza y distancia
Sobra tiempo.
Potencia igual trabajo sobre tiempo.
Potencia igual fuerza por distancia sobre tiempo.
Fuerza sostenida por largas distancias en el menor tiempo posible, en lo posible.
Si se tarda mucho, es menor la potencia
Mayor la impotencia
impotencia
se pudre dentro
como una manzana caida al sol
te quema las entrañas y deja todo chamuscado
con pedazitos de papel de dieario, como los asados
que flotan por ahí como los puntitos que se filtran con la luz
y te queman la garganta
como la impotencia roja
que te mata y te sulfura.
Falta fuerza y distancia
Sobra tiempo.
Platos playos
Que odio, lavar los platos. Todas esas texturas viscosas que casi siempre tenés que tocar con los dedos, y esos líquidos oleaginosos que se quedan en la ropa, todo junto se concentra en la esponja formando una espuma blancamarrón que sólo se aleja con el agua hirviendo que te quema la piel. Y todo eso por ser la oveja negra de la familia, las torres de platos se acumulan, la pileta se tapa y los fluidos comienzan a infestar los antebrazos.
Y afuera está nublado, como para acompañar al mal humor en ese día en el que justo comieron pollo y su hermano le agregó mayonesa, ¡Mayonesa!.
Los platos viscosos la incitaban a pensar, pensar cosas que no quería pero no podía reprimir, pensar pensamientos laberínticos que se enroscaban en si mismos y se enredaban, como las cadenitas con pequeños eslabones que son tan difíciles de desenredar.
Y mientras pensaba el agua marrónviscosa le llegaba a los codos y los platos llegaban hasta el techo, todo mezclado con pensamientos enroscados e imágenes en cuadro que chocaban contra las cosas.
Estaba metida hasta los hombros en la pileta y los platos se enroscaban con pensamientos viscosos, las imágenes seguían en cuadro sólo que más grandes, hasta que una chocó contra los platos y todo, todo se vino abajo, viscosidad, aceite, laberintos, cuadros, aguaespuma y día nublado, que no es poca cosa si se lo tiene sobre los hombros. Y así se formó una masa de mayonesa, aceite, agua, platos, pelos, sangre y tripas revueltos, y así nunca más la mandaron a lavar nada, no sólo por haber muerto sino también porque la cocina había quedado desastrosa.
Asco.
Y afuera está nublado, como para acompañar al mal humor en ese día en el que justo comieron pollo y su hermano le agregó mayonesa, ¡Mayonesa!.
Los platos viscosos la incitaban a pensar, pensar cosas que no quería pero no podía reprimir, pensar pensamientos laberínticos que se enroscaban en si mismos y se enredaban, como las cadenitas con pequeños eslabones que son tan difíciles de desenredar.
Y mientras pensaba el agua marrónviscosa le llegaba a los codos y los platos llegaban hasta el techo, todo mezclado con pensamientos enroscados e imágenes en cuadro que chocaban contra las cosas.
Estaba metida hasta los hombros en la pileta y los platos se enroscaban con pensamientos viscosos, las imágenes seguían en cuadro sólo que más grandes, hasta que una chocó contra los platos y todo, todo se vino abajo, viscosidad, aceite, laberintos, cuadros, aguaespuma y día nublado, que no es poca cosa si se lo tiene sobre los hombros. Y así se formó una masa de mayonesa, aceite, agua, platos, pelos, sangre y tripas revueltos, y así nunca más la mandaron a lavar nada, no sólo por haber muerto sino también porque la cocina había quedado desastrosa.
Asco.
Aros y algo más
Entré a un negocio a comprar aritos, por esa obsesión mía con los aritos. Tardé un siglo en elegir un buen par, bien colorido y recargado, y cuando fui a pagar la chica me miró y en seguida agarró el teléfono. No es sorprendente leer que esto me pasó miles de veces, pero si es extraño descubrir que la chica golpeaba mientras tanto una hoja con su lapicera, huna hoja que estaba apollada en el mostrador, y lo hacía con una fuerza considerable.
Tan considerable era la fuerza que la hoja se comenzó a partir, y con ella el mostrador, el piso, la tierra y el mundo, haciendo un agujero negro que duró hasta que los aros y yo fuimos absorvidos y desmenuzados. El agujero se hizo una gran espiral tecnicolor que flotaba, giraba y saltaba por el universo, y nosotros, o nuestros pedazos, todavía seguimos adentro.
Tan considerable era la fuerza que la hoja se comenzó a partir, y con ella el mostrador, el piso, la tierra y el mundo, haciendo un agujero negro que duró hasta que los aros y yo fuimos absorvidos y desmenuzados. El agujero se hizo una gran espiral tecnicolor que flotaba, giraba y saltaba por el universo, y nosotros, o nuestros pedazos, todavía seguimos adentro.
Pataperrear
-Lucía, ¡Andás todo el día pataperreando por ahí!
Hizo como que no escuchaba y siguió caminando. Cerró la puerta y empezó el pataperreo. Miró las hojas que caían, buscó cosas nuevas en las calles que había caminado miles de veces, compró cosas que no necesitaba, espejitos de colores, chuflines y esas cosas. Encontró un amigo con el cual reirse de la palabra pataperrear, un verbum vervi bastante interesante, como si estuviera andando por ahí con patas de perro, o las anduviera cosechando como si fueran papas.
Charlaron y charlaron, como si quisieran contarse todas sus vidas en esos pocos minutos que duraría ese tercer encuentro. La gente, hasta los amigos, suele hablar rápido cuando intenta conocerse, como si intentara pasar esa etapa lo antes posible, para pasar a hablar lento de cosas sin tiempo. La gente digo, pero sólo es la gente como ellos, porqu personas como ellos hay pocas en el mundo.
Se fue a seguir pataperreando y cantando mentalmente una canción de publicidad.
Caminó y pataperreó sorprendiéndose de las cosas menos sorprendentes, levantando cosas del camino y rayando las paredes con ramitas.
Apareció un caramelo en el camino, uno bien envuelto, y lo levantó con la boca. Se fue caminando feliz con sus cuatro patas para su casa, proque ahora si estaba cansada de pataperrear.
Hizo como que no escuchaba y siguió caminando. Cerró la puerta y empezó el pataperreo. Miró las hojas que caían, buscó cosas nuevas en las calles que había caminado miles de veces, compró cosas que no necesitaba, espejitos de colores, chuflines y esas cosas. Encontró un amigo con el cual reirse de la palabra pataperrear, un verbum vervi bastante interesante, como si estuviera andando por ahí con patas de perro, o las anduviera cosechando como si fueran papas.
Charlaron y charlaron, como si quisieran contarse todas sus vidas en esos pocos minutos que duraría ese tercer encuentro. La gente, hasta los amigos, suele hablar rápido cuando intenta conocerse, como si intentara pasar esa etapa lo antes posible, para pasar a hablar lento de cosas sin tiempo. La gente digo, pero sólo es la gente como ellos, porqu personas como ellos hay pocas en el mundo.
Se fue a seguir pataperreando y cantando mentalmente una canción de publicidad.
Caminó y pataperreó sorprendiéndose de las cosas menos sorprendentes, levantando cosas del camino y rayando las paredes con ramitas.
Apareció un caramelo en el camino, uno bien envuelto, y lo levantó con la boca. Se fue caminando feliz con sus cuatro patas para su casa, proque ahora si estaba cansada de pataperrear.
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