El living era un cementerio de botellas, todas asesinadas a la madrugada, peor no en vano: se llevaron a varios en el camino.
Las carpas estaban ladeadas y casi tan llenas de arena como la mesa, con su mezcla de arena y vodka. Una de las carpas había muerto con gente aun adentro, y fue el escándalo que provocaron el que hizo que uno a uno todos se fueran levantando, totalmente desmantelados.
Pero pudieron recordar al cobrador.
Se levantaron buscando desesperadamente algún recipiente con agua, agua y pastillas. Pero siguieron recordando al cobrador, con su talonario de colores.
Se ayudaron a salir de las carpas, se pasaron el agua y revisaron a los que no habían podido despertar aun, todo con la amenaza del cobrador en la nuca.
Al final, alguien dio el grito de salida: "¡El cobrador!", y bastó sólo eso para desatar el torbellino. Hombres y mujeres alborotados, vestidos como podían comenzaron a correr por el camino o a meterse en las carpas, aterrorizados. Algunos hasta osaron esconderse entre los tamariscos.
Se escucharon los pasos ingresando al campamento, pasos pesados del cobrador gordo caminando entre botella muertas, sillas tiradas , concervadoras llenas de hielo derretido y arena, arena por todas partes.
Avanzó decididamente hacia la carpa más grande, frente a la mayor necrópolis que había visto en su vida y luego, con infinito asco, observó la arena todavía mojada y llena de naipes españoles.
Dentro de las carpas, la gente contenía la respiración. El cobrador podía abrir la puerta en cualquier momento y cobrarles, cobrarles junto en ese último día.
Los que habían ido por el camino miraban de lejos, buscando a los secuases de aquel gordo que les había ocupado el campamento. Al rededor, todos los campamentos los imitaban en cadena, todos temerosos de sufrir la humillación de tener que pagar.
Pero los más osados, los de los tamariscos, no tenían miedo sino un plan.
Cuando el culo del envase le pegó en la sien, el cobrador no llegó a entender qué era lo que había pasado. Calló inmóvil sobre la carpa mayor y la dobló un poco antes de rodar al suelo. El charco de sangre que le salía de la cabeza se estaba mezclando con la arena y el vodka, formando una pasta oscura de lo más desagradable y viscosa.
Las chicas se impresionaron un poco, pero sabían que era lo mejor. Cada uno volvió a su carpa en silencio, a acomodar y digerir lo que había pasado. Cuando el cobrador colorado pasó y vio todo, no se atrevió a llamar a nadie, sabía de las ganas que tenían esos chicos de destruirlo a él también, sobre todo a él.
Terminaron de acomodar todo. Ahora pirámides era de ellos y ellos eran parte d pirámides, y sabían que, el año entrante, serían totalmente libres, sobre todo con ese talonario que les había quedado de trofeo.
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