martes, 8 de enero de 2008

Primer día (cuarta parte)

Tomó una decisión: iba a llamarle la atención de alguna forma, sea como sea. Pintó el mejor dibujo, escribió el mejor cuento con colores, sombras y palabras grandes. Fue un esfuerzo sobrehumano, pero lo había hecho felíz, porque era para ella y ella lo iba a saber valorar.
Se los llevó rápido, casi corriendo y con muecas que denotaban gran entusiasmo. Ella los agarró, sin mirarlo, sin mirar y los guardó. Muy bien dijo, muy bien, y no se dignó a nada más. Él se quedó un rato quieto, a ver si tenía algo más que decirle, pero no había más, nada más.
Le pegó como una puñalada, un vaso de agua fría, como describía Becquer. ¿Nada más? Todo ese esfuerzo...
Se quedó esperando un rato, pobrecito, pero ella seguía ignorándolo de la forma más cruel.
Tal vez el dibujo no era tan colorido, ni el cuento era tan creativo como él creía. Tal vez la había hecho sentir mal, desepcionada. Si, seguro era eso.
Era la hora del recreo pero esta vez no quiso salir. Quería aprovechar el tiempo para hacer un cuento, el más lindo de todos, un cuento sobre un nene y su maestra.
Ella tampococ quiso salir al recreo, se quedó ahí, sola con él.
No podía irse, pero quedarse le costaba otro tanto. No podía habrale, ¡pero si es un nene por Dios! ¿a cuántos nenes se había dirigido en su vida? ¿cuántos nenes se habían enamorado de ella, de la Seño? más que hombres, eso era seguro, entonces ¿por qué no podía hablarle?
Investigó su letra. Era chiquito, pero aun así su trazo era firme y decidido. Sus letras no se parecían en nada, la de ella era delgada, alargada, desinteresada, en cambio la de él era cuidadosa, comprometida, ¿cómo podía ser que un nene de siete años tuviera más sentido del compromiso que ella?
El recreo duró como cinco segundos y enseguida volvieron los demás chicos. Tuvo que abrir bien los ojos y mirar hacia arriba para que no calleran lágrimas.
Esta vez le iba a gustar el dibujo. Se levantó seguro y fue. Decidió dirigirse a ella, decirle seño y así obligarla a contestar.
Esta vez ella lo miró, y también miró el dibujo, abrió la boca pero ningún sonido atinó a salir. Lo que si pudo fue sonreír, sonreír con la boca y los ojos, hasta con las mejillas y la nariz.
Eso era suficiente como para todo el día, había logrado sonreír. Pero en seguida se quedó en seco: tenían los mismos ojos, idénticos. Los ojos marrones eran comunes, pero los de ellos tenían algo distinto, parecían pintados con carbonilla, como decía Marina. Justo los ojos tenían idénticos, y lo que decía Marina, y Marina... ya no había nada por qué sonreír.
No entendió nada. El cuento estaba bien,no tenía errores, la sonrisa había estado ahí, ¿qué era entonces? ¿quería otro dibujo? Si, seguro quería otro dibujo y cuando vio que era un cuento se desepcionó. Otra vez la había desepcionado.
Se volvió a quedar solo en el aula, pero ella se fue. Se fue para comprar un yogurt y hablar del fin de semana con las otras maestras, se fue para alejarse de los ojos. Yogurt y fin de semana, no alumno ojos de carbonilla.
Charló, sonrió, saboreó todas las acciones pedestres. Era una más y sin embargo en el aula estaba ese nene, el nene de sus ojos, literalmente, haciendo otro dibujo por el cual no iba a poder sonreír. Una hora más y listo, no tenía que volver al otro día si no quería, si no podía.
Esta vez el timbre tardó tres días en sonar, tres días exactos con sus setenta y dos horas, 4320 minutos y 259200 segundos de yogurt y charlas, para volver al aula.
Hablaba casi por primera vez
-Bueno chicos, me dijo la dire que ahora tienen gimnasia.
Escuchó la palabra Dire recién cuando salió de su boca.
Se encerró en el baño a mirarse los ojos de carbonilla de Marina, los que parecían sombreados, por los que recibía el "qué suerte, así nunca te tenés que sombrear". Qué importaba no tener que sombrearse, si cada vez que se mirara al espejo iba a recordar a marina, todas las mañanas, todas las tardes y todas las noches.
Se sentó en el escritorio a pensar en ella otra vez. Sabía que él estaba pensando en ella, en su seño, pero si supiera de Marina, ambos estarían pensando en lo mismo.
Miraba el reloj, y era tan Dalí que necesitaba escapar. Pero cuando quiso guardar su cosas e irse rápido, no pudo.

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