miércoles, 23 de abril de 2008

Lola (tal vez I)

Sentada en la compu, bajo una lamparita quemada y lastimándose los ojos con el brillo de la pantalla, Luz se cansó de aplastarse contra la silla a altas horas de la noche y decidió irse a dormir. Tuvo que sentarse dos veces, porque había olvidado cerrar el reproductor y la música seguía sonando, oportunidad perfecta para volverse a aplastar, en contra y a favor de su voluntad.
Tenía que caminar aproximadamente tres coma cinco pasos hasta llegar a su cama, deshecha y mal acomodada, pero otros tres para ponerse una frazada encima. "Mañana me levanto temprano, pero no tan temprano", eso significaba poner el despertador media hora antes de cruzar el umbral y tomar el colectivo. Por más contenta que estuviera por cambiar su vida de repente, esa noche no podía evitar sentirse aplastada, sentirse ella, no sentir sentimiento de aplaste, sino estar ella en su propio cuerpo, sintiendo como su alma, su espíritu o vaya a saberse qué se pegaba a la silla como el agua busca horizontalidad con el suelo, como si todo el peso de su cotidaneidad le cayera en los hombros, hombros que no habían vivido en ese lugar más de tres semanas. No entendía nada, por supuesto, lo cotidiano cae de a un gramo por día, no de a cincuenta kilos en tres semanas.
Prender la tele, por primera vez en todos el día, que digo, dos días, y a un horario totalmente obsoleto en materia de raiting. Lo único que pasaban a esa hora era E.R., mejor optar por American Dad, si total no iba a prestar atención, se iba a limitar a mirar pensando en otra cosa, como cuando prefería sorprenderse de los colores que captaba fuera de foco mientras miraba las letras de Los tipos de Estado. ¿Por qué siempre tenía que bombardearse con preguntas o imaginarse cosas que nuca iban a pasar, por el solo hecho de estárselas imaginando con lujo de detalles en ese momento? Conversaciones enteras, todas imaginadas e irreproductibles dos segundos más tarde, podía hablar con Sócrates si así lo quisiera, y olvidarse completamente al día siguiente. Conversaciones que nunca iban a ocurrir, ahí jugaba mucho su cobardía. No es que no se animara a hablarle a Sócrates por los pasillos de la facultad, por supuesto, pero la gran mayoría de las conversaciones que se imaginaba hubieran sido determinantes en su vida, y podrían haberla hecho muy feliz si hubiesen tomado el curso que ella les imprimía. O mejor dicho, les pensaba.
Cobardía, tanta y tan desparramada. En las clases y en la vida real. Siempre había considerado la vida real todo lo que fuera cotidiano, así era como llamaba a la cárcel, las clases y hasta el cine la vida no real. Así de amplio era el término, porque nadie lograba entender que las palabras para ella podrían tener otro significado totalmente distinto, se le dice connotación señores, y que no era estúpida por tomar algo global y hacerlo propio, o de última, ¿no iba a usar ella las palabras para comunicar lo que ella tuviera que comunicar? Ahí estaba el tema, comunicar, comunicar algo que para ella era una cosa pero para el otro significaba otra y terminaba todo en un gran desastre de incomprendidos, incomprensibles, incomprensión con ganas o sin ganas de nada, y al final la puta madre el ruido del msn, que ganas de dejar la computadora prendida, maldito cianuro de la imaginación, si pensaban que la tele era dañina, imagínense el internet mal usado.
Otra vez la cama, otra vez la tele y otra vez esperar a dormirse. ¿Por qué no apagaba la tele y se ponía a leer algo, por lo menos una revista? El foquito sobre la cama no funciona, excusas excusas excusas. ¿Por qué no era mejor, más inteligente, menos vaga, más simpática?¿Por qué seguía bombardeándose con preguntas sin solución, o peor aun, con respuestas demasiado reales para encajar en la vida real?


La media luz que quedaba prendida en el cuarto ya había sido apagada, por medio de un estiramiento casi inhumano de la cintura, todo para no levantarse de esa cama. Más trabajo llevaba eso que pararse y apagar. Qué bueno sería tener de esas luces que se apagan con aplausos, o con la voz. Se imaginó yendo por la casa, hablándole a los muebles, apagate, prendete, callate, más fuerte, clap clap. Una casa llena de esclavos de plástico, que despótica puede ser la tecnología.
La serie que estaba viendo se terminó y dio lugar a una propaganda, una publicidad blanca que iluminaba todo el cuarto con su luz de catorce pulgadas, iluminaba la mesa, la computadora ya iluminada, las almohadas, las sillas, la ventana, la chica sentada en el sillón de la puerta, los zapatos de ese día, todo. Volvemos para atrás, ¿la chica sentada al lado de la puerta? Volver a pasar la vista por su silueta no la hacía más real que el resto de los objetos con luz a pulgadas, así que la dejó para dormirse entre cosas aburridas muertas y cosas aburridas vivas.

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