Abrió la reja y sacó el carrito. Cuando la quiso cerrar se trabó, por el óxido que la atacaba cada día.
Le costó un poco, pero al fin se llevó al nene a pasear.
Era difícil maniobrar el carrito por las veredas rotas y con esas chancletas que tanto se le salían, pero daba igual si podía llevarlo con ella a pasear.
A demás, su hija no podía estar encargándose siempre de él, con la facultad y el trabajo, ya bastante que había seguido estudiando. Y era joven la pobre, ¿por qué se iba a perder tantas cosas lindas que le tocaban vivir? Si, para eso estaba ella, que ya las había vivido todas, de todos los colores y sabores.
Iba con su pollera de flores y su remera marrón, la de los brillitos que tanto le gustaban, porque estaba lindo afuera y aunque le doliera la cadera por la humedad, quería pasear igual.
Las piernas también le dolían, y las espalda, las manos, el pelo, las cejas, todo. La plata de la jubilación no le alcanzaba para nada y el remedio la hacía toser. Pero un día se había pedido a si misma comprar la remera, y estaba lindo afuera para pasear con el nieto que Dios le dio.
Le gustaba pasear, le daba tiempo para pensar. Caminaba arrastrando el carrito, el nene no lloraba. Todos los demás lloraban, sus amigas viudas, las chicas abandonadas, los otros bebés, todos menos su nieto...
Siguieron y subieron despacito uno a uno los escalones de los puentes que pasaban sobre el tren. Escaloncito por escaloncito subían, como debe ser.
Cuando al fin llegaron arriba, a la mitad del puente, pararon a descansar.
Pasó un tren
Pasó otro tren para el otro lado
Seguían descansando, y la verdad que estaban cansados. Hacía calorcito de invierno. e dolía la espalda. El esposo de su mejor amiga acababa de morir. El hijo de su vecina acababa de morir. No le importaba para nada quien acababa de morir. Su hija estaba en realidad sin trabajo. Su mamá no podía caminar, y ella iba por el mismo camino. Su hermana nunca había aceptado ser pobre. Su hija estaba en la casa con un tipo. Hacía calorcito.
La gente a veces moría en las vías del tren.
Se quedaron descansando.
-Esperemos que pase otro tren bebé.
Y se quedaron.
Tarareaba, tarareaba para el bebé.
-Mañana va a llover.
Ella tarareaba y el bebé no lloraba.
Seguía y seguía, hasta escuchar al tren. Tarareó más fuerte y el bebé siguió callado.
Lo alzó con cuidado, esperó a que el tren pasara.
Pasó por debajo del puente el tren, y ella lo tiró, como si fuera una piedrita gris, y lo vio rebotar contra el metal y caer en sus amigas piedras. Y no hizo nada de ruido.
Igual hacía calorcito.
4 comentarios:
mientras caía, bebé la miró llorar. No, en realidad lloraba él...
me gusta eso!
Y mucho más le gustó a tu casa recibirte, bienvenida cuando quieras!!!
Que descanses...
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