Doña Valentina se levantó a la mañana y vio la luz que se filtraba por la ventana. Se puso las pantuflas y se acomodó el camisón largo para poder levantarse bien.
Se estiró un poco y fue al placar a buscar algo que ponerse a pasos cortitos y elegantes. Después de mucho pensar, pasando sus manos arrugadas por sus trajecitos de primavera eligió una pollera verde musgo y una blusa color marfil, que con el broche dorado de perlas quedada divino.
Doña Valentina se acomodó en el banquito frente al espejo y se miró un rato. Se peinó contenta, porque su pelo estaba más que manejable y su piel se veía radiante, como respondiendo al sol.
Se coloreó las mejillas, lo infaltable. Los labios, los ojos. Se pintó las cejas mientras pensaba en sus nietos, en las clases de natación y los médicos. En dos días la operaban y todavía no había hecho el bolso, pero ya tendría tiempo para eso. Lo único que importaba era que Marquitos tenía un torneo de carate el fin de semana y la iba a hacer sentir la abuela más importante del mundo, como siempre.
Terminó con su cara y eligió un collar que hiciera juego. Se levantó para verse, disfrutar su imagen un ratito, ahora que tenía tiempo. Le encantaba verse así, tan arreglada y en primavera.
Miró su reloj Cartier. En media hora sería tiempo de levantarse.
Se sentó de nuevo, se sacó la pintura primero, después las joyas y por último la ropa. Colgó todo cuidadosamente y se metió en la cama, a esperar y pensar en si misma.
Doña Valentina tenía 7 nietos y era en realidad Marquitos. Doña Valentina había muerto hacía algunas semanas y el menor, Marcos, había dormido en su cuarto desde entonces.
Ellos se amaban como abuela y nieto, ella le había dejado algo suyo dentro, algo grande. El sabía que era varón y no podía ser su abuela, pero cada mañana le devolvía la vida un poquito, media hora para llevarla a la habitación.
Doña Valentina vivía poco tiempo por día pero era feliz así. Ya casi era hora de levantarse, así que se disfrazó de Marquitos esta vez.
Doña Valentina se levantó por segunda vez y abrió la puerta de su habitación, pensando en sus nietos y la peligrosa operación. Pensaba en Marquitos, que tanto la quería y visitaba. Doña Valentina abrió la puerta y Marquitos la cerró, pensando en jugar a la pelota y en su abuela valentina, ella sola habría entendido que se vistiera de señora y después se disfrazara de nene, que leyera libros grandes. Después de todo, ellos siempre se habían dado la vida.
1 comentario:
O la mano. Hay almas gemelas cuyos ojos nunca dejan de mirarse. Y almas deseosas cuyos ojos nunca logran mirarme...
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