viernes, 14 de noviembre de 2008

sobre su espalda

Acostada sobre su espalda, la música no la dejaba escuchar sus pensamientos. Acostada sobre su espalda, las sábanas y el colchón, la música también estimulaba esos pensamientos. El libro que leía también tenía su parte, entreteniéndola hasta el punto de hacer conjeturas propias sobre el tema, y aburriéndola de manera que su mente tenía que salir a buscar otros rumbos. Ahí entraba en juego la música, no de nuevo, sino todo el tiempo, porque el proceso era uno solo.
Perdida y encontrada en sus cavilaciones, no se dio cuenta al instante que no estaba sola en el cuarto. Había una chica ahí sentada, apoyada en una de sus sillas, cruzada de piernas, que la miraba insistente. Qué fastidio hubiese sido darse cuenta antes y perder la nebulosa en la que estaba metida su mente, pero en algún momento iba a tener que pasar, verla viéndola, y tener que hacer todo lo que demande la cortesía.
Hasta ese momento, en su interior, el cuarto estaba vacío. Era todo un espacio inmenso, lleno de aire, muebles y música, en el que lo único que se movía era el aire que ella inhalaba y exhalaba, mas al darse cuenta de que esta chica estaba sentada ahí, el cuarto se volvió pesado, lleno de cosas, gente, presión, mucha presión. Sentía la distancia y la cercanía, sentía la mirada como una luz de lámpara, concentrada en el origen y dispersa sobre ella toda. Por un tiempo, un tiempo muy corto por supuesto, no recordó lo que tenía que hacer, o no pudo descifrar que seguía ahora. En segunda se incorporó, puso el separador y cerró el libro, dando muestras, perceptibles solo para su mente, de que esto la fastidiaba. Se sentó y la miró, pero no dijo nada. Se tocó el pelo y bajó la mirada. ¿Cómo era posible que una sola persona, un volumen de masa tibia, produjera ese efecto en una habitación? No le interesaba preguntarse pro qué estaba allí, ni que era lo que quería, su mente estaba llena de la presión que ejercía tener a otra masa tibia, ajena a la suya, en la misma habitación. El peso de que alguien estuviese allí, con sus pensamientos y necesidades, eso, necesitando algo que ella podía darle.
Sintió que la música estaba más fuerte, que estaba de más. Y eso que la música jamás está de más. Se sintió totalmente obligada a prestar atención a esta persona. Se sentía atada a ella, atada a tener que conformarla en todo, como buena anfitriona, como buena sumisa que era. Le resultaba completamente imposible negarle la atención, hecharse sobre su espalda, sus sábanas y su colchón, y volver a lo que estaba haciendo, no porque no quisiera volver, sino porque el aire ya estaba lleno de ella, su mente estaba atiborrada de ella y de lo que pudiera pensar.
Volvió a mirarla y apagó la música en la justa parte de un tema que siempre la perdía. Abrió la boca para hablar, pero cuando vio el reloj, detrás de la chica, se dio cuenta de que había pasado, a lo sumo, un cuarto de minuto.
-La abuela dice que vayamos a comer, esperemos a que termine el programa este y vamos, que ya le queda poquito.
Estaba sentada de espaldas al televisor

1 comentario:

Anónimo dijo...

Que ganas de hacerte el amor, Lucia...