Pasan a la eternidad los viajes en penumbras en los que la oscuridad te come.
Sólo hay dos amigos en el auto charlando y no se ve nada más allá de sus ojos y sus caras y sus cuerpos y sus palabras que no se ven pero están ahí.
Y charlan de mil cosas y las palabras llenan el auto con la música que sale de los parlantes mientras afuera la oscuridad se ensancha.
Y siguen y siguen las charlas de oscuridad y las anécdotas remotas de luz, el frío afuera congela la vida pero adentro está calentito y confortable porque las charlas les llenan los oídos y la amistad les llena el alma.
Y charlan y charlan creyendo que en algún momento la oscuridad los absorberá y usará sus partes para construir otros autos que tragar.
Pero nada de eso pasaba y la oscuridad también era su amiga, y podían charlar y charlar sin pensar en temas amargos, y bajarse a contemplar las cosas oscuras sin líos y mirar la luna que ahora era plateada pero a las seis de la tarde había sido amarilla.
Corrieron y saltaron por todos lados, en la noche, riendo y gritando, cantando también cuando apareció la música de gala y se pusieron a bailar. Todo eso y más, y rieron y los envolvió la fantasía irreal.
Pero poco a poco fueron agarrando otro camino y la luz apareció, con otros autos y otras cosas, y fueron por la calles transitadas de los temas amargos, y el teléfono sonó. Estaban tristes porque ya no era como antes, la luz lo había cambiado todo.
Hasta que en una bajada y sin que se lo esperaran pasó algo malo, y aunque la oscuridad no se los había tragado, la luz con toda su artificialidad se los tragó.
No hay comentarios:
Publicar un comentario