sábado, 17 de octubre de 2009
La caida del no canibal
La caída del no caníbal, del que no come y se deja comer. Asqueroso, putrefacto de tan estático ahí, nadie lo busca en el mundo que se mueve. En el mundo que todos giran, y el que queda aun respira porque jamás se dejó morder. Avanzan y el no caníbal frena, molesto, estúpido no canìbal, para que tanto aire si el resto son pedazos de nada que no se pueden empujar. Para que tanta sangre, tanta carne abierta en tajadas, para que tantas bocas que chorrean regueros de algo que algún estúpido, por imbécil pena, quiere intentar restañar. Y camina apenando a los que pasan con el color blanco del que no pincha ni corta, pidiendo que le sostengan los cordones para que se los pueda atar, y cada tanto que le soplen una mano que no se levanta, que no puede moverla para apoyar una mano e irse a acostar. Y siempre encuentra a alguno el no caníbal entre todos estos antropófagos que por alguna razón lo protegen, a quien cargar con sus huesos vacíos de cubierta para que los lleve por él, mientras se queja del calor que da no tener grasa que mantenga la temperatura extrema. Y los otros entre ellos van y se comen, frente al escritorio, en la pileta el que llega último sabe mejor, en la calle, en el quisco, y él sigue, como si nada, pobre vida abatida y cansada, que el colchón está desparejo y me levanto con dolor de espalda. Y el resto flota y se retuerce, se agazapa para saltar a desgarrar y reventar, felices de morir rápido pero con vida, morir con vida o no dejar de vivir jamás, peor castigo que ser el mugroso hombre no caníbal que rodea los llanos con sonrisa cansada de mártir de me levanto a las 8 a trabajar, viajo en 152 25 minutos, no entiendo a esta gente tan apurada, pero si son 56 pesos no es nada te los mandan en media hora. Y cuando el último emita el grito póstumo de dolor, y haga un charco de baba sanguiñolienta en las baldosas frías y cortadas, que le raspen la cara y por poco no le rompan los anteojos, y se doblen sus dedos de pies y manos, y el pelo se le llene de líquido negruzco, para pasar un rato en el calor y ponerse amarillo, bilis e hinchazón, como lavalle en el desierto la carne desarmada. imaginen entonces el olor de la derrota de la clase que desaparece bajo su mismo diente, antes tan equilibrada y cumplida, y la porquería de hombre no caníbal aun rondando por ahí, con la cabeza gacha porque le duele la nariz de no oler lo que no le llega a lo lejos y nunca se va a dejar llegar.
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